domingo, 11 de mayo de 2008

EL HUESO DE LA ACEITUNA.

La historia se repite, como tantos días, en el puerto marítimo de Tánger. Es la siniestra historia de un menor marroquí, uno de tantos cientos, recién repatriado por las autoridades españolas. Fue localizado, en el mismísimo muelle, oculto en los bajos de un tráiler. El camionero, en un estado de histeria, gritaba con los brazos en alto llamando la atención de todo el mundo: ¡Que me vas a arruinar, hijo de puta! El adolescente ha sido pillado infraganti, le han frustrado otra oportunidad de largarse. Lo sacan a rastras, pateado e insultado y, además, recibe por parte de la policía otra paliza de muerte. Justamente, después, se prepararan para leerles sus derechos. Uno de los policías se lo comunica con unas incomprensibles palabras, que seguro le sonarán a chino, haciendo referencia al cumplimiento de un memorando hispano-marroquí por el cual los menores expulsados, o repatriados, por el gobierno español a Marruecos deben ser devueltos a sus familias.
La detención dura pocas horas, pero la criatura sobrevivirá a duras penas para intentar cruzar de nuevo, irregularmente, el Estrecho. Una situación que discrepa radicalmente con el acuerdo pretendido. Vuelve a deambular por las calles soñando con la tierra prometida, mientras retorna a esnifar pegamento. ¿Quién se atreve a disuadir a este muchacho para que no alcance el sueño dorado? En Marruecos, los programas de reinserción no están acabados debidamente. El chaval no tiene cabida ni futuro en la sociedad marroquí. Le importa un bledo el infierno de la travesía, las autoridades españolas, los malos tratos,… y la policía marroquí. Le da igual todo, en definitiva, sólo quiere cruzar el charco.
Tánger, es actualmente un hervidero de adolescentes venidos de todas partes del territorio marroquí. La ciudad ofrece un horizonte desolador. Este niño de la calle, como cualquier otro, es sinónimo de sobrevivir de la caridad, de mendigar, de practicar la prostitución y de recurrir al escamoteo, jugando al escondite con la policía marroquí. Pero, siempre a punto para huir hacia el paraíso. El memorando se lo pasa por el forro. Durante todo este calvario no deja de soñar despierto al sol, con el agua salada y con el olor a petróleo de las navieras. Su aspecto y su rostro aparecen pintados de negro carbón grasiento, con color a sucio del asfalto. Pasa las noches sobre cartones, pero siempre con la esperanza de conseguir un pedazo de pan. Y así, lentamente pero sin pausa, van pasando las horas y los días. La fortuna es escasa, su rostro parece diabólico, lleno de dolor y amargura, un rostro de fracasado. Sólo cuando uno lo mira fijamente a los ojos, se da cuenta de que es solo un niño, inocente, abandonado y huérfano. Sus ojos expresan la esperanza, la astucia y unas inmensas ganas de vivir.
El castigo es terrible y aterrador para “El Harrague”, nombre marroquí que se da a los que intentan cruzar el estrecho ilegalmente. Se parece físicamente a otros, parece estar hecho bajo el mismo corte, casi con la misma edad como los demás y con objetivos semejantes. Forma una familia con el resto de los niños de las calles, comparte con ellos techo y miserias, pero siempre en alerta para su gran viaje. Los sueños codiciados le permiten estar mucho tiempo en silencio y pasar las noches en blanco. Esta soledad asesina le perturba y le desequilibra y, a veces, llora lagrimas de recuerdos de su infancia, del amor de su madre, de las comidas caseras, de los aromas de las frutas y de las canciones de las bodas.
Quiero que este relato llegue lo más lejos posible, que llegue al corazón de las madres y de los padres, que llegue a mover sus conciencias, que llegue a lo más lejos en el cielo, y haga mover los cimientos de la tierra. Quiero que se muevan los pilares y los fundamentos de la infancia, de la dignidad, de la responsabilidad y de la solidaridad. ¿Dónde están los derechos de los menores? ¿Dónde está el valor humano? ¿Dónde está, la UNESCO?

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