martes, 20 de febrero de 2018

Peces gordos

Foto. Abdellatif Bouziane. Diciembre 2013.

Todos vendemos. Todos compramos. Pero es bueno de tanto en tanto pensar en el talego. Pero es bueno de tanto en tanto pensar en el buen comportamiento de controlar nuestros impulsos de compra o de venta. No se trata solo de triunfar en la vida a cualquier precio y a base de amontonar fortunas matando criaturas, acarreando familias a la ruina y llevando a las madres a llorar con lágrimas de sangre viendo a sus más queridos morir enganchados.

Muchos o mejor dicho bastantes ascienden en la escala social, jugándose la vida, sudando la camiseta, según ellos, con un pie en la cárcel y otro en la calle. Y así van dando golpe tras golpe. Los pelotazos. La inmediatez de la riqueza y la ostentosidad son inminentes . Estos tipejos, venidos de la nada, se hacen amos de la ciudad. Se miden y compiten entre ellos por la cantidad de bloques y edificios construidos. Se convierten en gente honorable y respetable. Se compran los caprichos más rimbombantes y están dispuestos a pagar lo que sea para que nos fijemos en ellos. Simplemente les chifla llamar la atención. Es la droga más dura. Nos convertimos en Yonkis. Nos hacemos cada vez más adictos y tratamos de compensarlo rodeándonos continuamente de utopías y esperanzas delirantes de ser como ellos. Razón evidente para que se dispare más el consumo.

Qué triste panorama, vivir en un engaño y en un simulacro de progreso. A estos presuntos honorables de la droga no les importa la infame reputación que tengan. Lo que piensan los demás de ellos se lo pasan por el forro. Hoy, campan a sus anchas, respaldados y refrendados por nosotros. Y encima son unos incultos, sinvergüenzas, corruptos y catetos. Se pasean tan panchos por la ciudad. Están protegidos. Las redes de tráfico de drogas desgraciadamente siguen bañándose en agua de rosas y se deleitan entre ellos con una competencia feroz y salvaje.

Con intención insultante, y pienso volver a hacerlo cada vez que se me presente la ocasión, califico a esta gentuza de asesinos en serie. Seré tonto, sí, pero no cobarde. Precisamente por eso, puedo pensar que enriquecerse matando resulta ser un acto de barbarie impropio y repugnante. Y justificarlo me parece tan inmoral como ridículo. Mientras y con el permiso de todos, seguiré disfrutando de las amistades que piensen como yo, pues en eso está mi riqueza. Incluso en riesgo de ir quedando más tonto. Pero en serio.

Véngase a Tánger, colóquese de espaldas al mar y recibirá la gigantesca bofetada del monstruo de hormigón que ha tomado posesión de las entrañas de toda la ciudad. La barbaridad de los horrores urbanísticos ha recibido todos los permisos, felicitaciones e incluso subvenciones de las autoridades que hicieron posible su construcción. Quizás por eso sigamos rodeados de tanta chapuza. Quizás por eso sigamos inalterables ante el paso del tiempo y de la verdad. ¿Nuestra dignidad? Vete tú a saber. Nadie se atreve con lo evidente, el miedo y los dolores de cabeza nos invaden. La putada será al que le toque denunciar, fijo que acaba bien jodido. Es un terreno escabroso y espinoso. Ante semejante e indeseable situación, hay señores por todos lados, con mano dura, vista larga y mala leche. Pero bueno, aquí estamos calladitos en manos de dios, mientras nuestros protectores son capaces de seguir bailando con los muertos.

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