martes, 8 de mayo de 2018

El grito de la montaña

Lápiz Policromo. Papel 65x45 cm. Abdellatif Bouziane.

La región del noroeste de Marruecos se caracteriza con unas prácticas sociales y culturales muy peculiares. Se trata de la región de Jbala. Una población con un carácter desconfiado, introvertido y sobrio en pensamientos. El enfoque desde la disciplina antropológica, pocos se han atrevido a realizar un trabajo consecuente en el campo rural. Primero, su población por su aspecto e envoltura tan delicada, obstruida y conservadora que la de las ciudades que la rodean. Segundo, por sus idiomas distintivos, por un lado el árabe dialectal propio (Darija) y por otro el bereber, con el dilema de las respectivas variantes lingüísticas. Tercero, por otra dificultad añadida y es que cada vez y más frecuente los cambios económicos y sociales, que vive la región, son tan rápidos y revueltos. Es, por ello, que algunos datos actuales necesitan ser actualizados o incluso podemos toparnos con descubrimientos nuevos o desgraciadamente encontrarnos con el peligro de desaparición de un patrimonio cultural como las músicas y los bailes tradicionales y populares de la región.

La región de Jbala como en cualquier rincón del planeta también se distingue con su tradicional música y su baile popular. Una tradición que goza de un estilo musical único y propio que se denomina “El Aita Jabalia” (El grito de la montaña). Es un estilo de música y danza que se originó en las montañas del Rif en el norte de Marruecos, en el siglo XVIII, y está relacionado con las costumbres andaluzas heredadas. Es una expresión artística que destaca por el cante, el toque y el baile. Una música alegre, sencilla y muy emparentada con la tradición bereber. Su danza tiene  influencia en una mezcla entre los ritmos del África negra y de la cultura autóctona. “El Aita Jabalia” o “Tactuca el Jabalia” tiene su arraigo especial en el término Tactuca que proviene del sonido Tac-Tac de los tambores. Estos sonidos que salen de las montañas se manifiestan con un carácter místico, que se asocia al Santo Patrón de la región y cuyo nombre es Mulay Abdesslam Ben Mchich. Estamos Hablando de una ostentación cultural simbólica y de una tradición tribal, oral y musical. Un género que ha dado lugar a lúcidos maestros, sobresalientes intérpretes y virtuoso del violín y del Gembri. Por lo general, la mayoría de la lírica narra proezas de glorias y de corte social cotidiano así como describe historias sentimentales con emociones profundas. Y todo se conserva oralmente y pasa de generación a generación. “El Aita Jabalia” siempre ha estado presente en las ceremonias, fiestas religiosas y romerías. Las mujeres se han incorporado hace pocos años a los grupos musicales. Hasta entonces, los bailes eran interpretados por hombres vestidos con caftanes que simulaban danzas femeninas.

La leyenda cuenta que “El Aita Jabalia” tiene poderes terapéuticos. Una historia que se remonta, a un tiempo no determinado, a la presencia de un sabio y gran viajero de Persia, que, en el camino a Andalucía, calo y termino su vida en un pueblo de la región de Jbala llamado Jajouka. Se quedo fascinado por los rituales místicos de esa música. En seguida, el ilustrado vio la gallina de los huevos de oro y no tardo en usar y asociar  sus conocimientos metafísicos y espirituales a aquella música. Se dedico en cuerpo y alma a tratar a los enfermos y trastornados mentales. Después de su muerte, la maniobra se convierte automáticamente heredera. Su discípulo El Maallam Attar (El Maestro Attar) cogió las riendas del tinglado y actualmente está en manos de su hijo Bachir Attar. Ese último es un genio tocando la Ghaita (una especie de flauta) que es el instrumento clave, misterioso, profundo y melancólico del género. Es el instrumento que marca el ritmo del tempo y del tono. Esa Música acompañada con la hierba buena de Ketama era y es capaz de amansar cualquier fiera. La leyenda mística de este género dio su fruto y no tardo nada en llegar a las grandes ciudades con su sublime mensaje de su capacidad para aliviar las penas, de reproducir la despreocupación y transmitir la felicidad. Desde entonces, al pueblo, no pararon de acudir trotamundos variopintos, amantes de experiencias extrasensoriales y muchos curiosos extravagantes, tales como Paul Bowles, Bryan Geysin, los Rolling Stones, Brian Jones, William Burroughs, Ornette Coleman…

El grito de la montaña es un grito de descarga y de liberación, poderoso y humano. Es un grito de victoria, de ánimo y de comparsas. Es un grito terapéutico, de cosecha, de lucha, de miedo y de amor. Este grito es un grito a la razón fuerte para mantener viva esta tradición y este patrimonio cultural, el nuestro. Es nuestro grito. Tienen mucho que ver el nosotros con nuestra música. El grito de la montaña debe perseverar en nuestra sensibilidad y humanismo por encima de nuestras diferencias lingüísticas, fanáticas y socioeconómicas. 

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