sábado, 15 de diciembre de 2007

LOS FANTASMAS DE RIHLA

Con la edad de aproximadamente veinte años Ibn Battuta se había ya embarcado en sus aventuras viajeras. Era un viajero tenaz. Nacido en Tánger (Marruecos) en algún año entre 1304 y 1307. Sus rutas elegidas a seguir eran relativamente seguras pero eran consideradas como las menos utilizadas y las menos común frecuentadas de las existentes. Recorrió el mundo islámico del Norte de África hasta la India. Posteriormente se dirigió al sur de Rusia, China y las costas de Malabar y Sumatra. De vuelta a Tánger, recorrió los reinos negros subsaharianos que los árabes denominaban Bilad-al-Sudán ("tierra de negros"). Peregrino de La Meca. Conocedor de Asia Menor, África Oriental, la Horda de Oro y Extremo Oriente. Su viaje hasta el Níger sigue siendo aun hoy una de las principales fuentes de información sobre la mítica ciudad del sahel, Tombuctú y el reino de Malí. Dio fama grande al Islam. Viajó el triple que Marco Polo, cubrió con el tiempo más de 120.000 kilómetros por lo largo y ancho del mundo musulmán.
Sus relatos de Rihla están considerados por varios historiadores y científicos de lo más interesantes y completos del siglo XIV. El viajero pretendía, transmitir, contar, expresar con fantasía y sabiduría, la historia, los hechos vistos y vividos con una gran dosis de información.
Tras la publicación de la Rihla, se conoce poco de la vida del peregrino incasable. Ibn Battuta murió en Tánger, Marruecos, en algún momento entre 1368 y 1377. Durante siglos su libro fue desconocido, incluso dentro del mundo musulmán, pero en el siglo XIX fue redescubierto y traducido a varios idiomas europeos. Desde entonces Ibn Battuta ha aumentado su fama y es ahora una figura bien conocida mundialmente.
La ausencia de datos biográficos exactos ha hecho difícil para los estudiosos trazar un retrato fiel de este viajero, lo que nada tiene de raro, pues hasta el propio Cristóbal Colón no dejó ninguna imagen confiable, hecha por algún contemporáneo. Pero de Ibn Battuta se pueden decir al menos dos cosas con seguridad, la primera es que tenía una firme voluntad de cambiar permanentemente de domicilio y segundo es que varios de sus relatos se caracterizaban con un cierto delirio de grandeza. Estos dos aspectos se contrastan con su mucha más probable y gris realidad de peregrino. El propio Ibn Battuta era medianamente culto, parece, si bien constantemente presume de letrado y alguna ves de juez y de haberse formado en numerosas disciplinas. Junto a sus declaraciones de los recibimientos magníficos que le habrían dispensado reyes y mandatarios, aparecen en varias líneas de Rihla que revelan su hábito de cobijarse en albergues para caminantes pobres. Así como proclamaba su ardor por combatir en el camino de la religión, aunque luego confesaba que se desmayaba al ver sangre.
En los años que viajo o en la época que vivió Ibn Battuta, el peregrino podía viajar durante años sin mayores penurias. Dos factores que permitieron su larga peripecia fueron, por una parte, la unidad de las naciones y pueblos islamizados, y por otra parte existía la hospitalidad de los pueblos pastores. En el mundo islámico se había desarrollado una red de conventos, ermitas musulmanas (morabitos) y hospitales, que acogían a viajeros, faquires y pobres, y cuyo fundamento era el fomento de la hermandad musulmana, financiada con fondos públicos y a través de donaciones piadosas.
Fuera quien fuese, lo cierto es que su nombre integra la lista de los más extraordinarios viajeros, y quizás la de los más injustamente ignorados. Hoy, no cualquiera en su nativa ciudad de Tánger sabe dónde se encuentra la tumba que guarda sus huesos.

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