domingo, 1 de marzo de 2009

Yo quería hablar de Catalina de Braganza...

En principio, las princesas no podían ser ni cortesanas, ni amantes ni prostitutas, ni vender o cambiar sus cuerpos por intereses y beneficios estratégicos o materiales, pero a lo largo de la historia muchas de ellas han elegido ser damas de compañía y, con la venia de sus dueños, se permitían el lujo, que no era poco en aquellos tiempos, de elegir a su distinguida presa. Podía ser una profesión de alto standing o una especie de operación mercantil de compra-venta con el objetivo de rendir, con habilidad, favores materiales a cambio del sexo puro y duro.

A pesar de todo, lamentablemente, pocas princesas lo practicaban sólo por placer. En general, unas llevaron una vida turbulenta hacia dentro, otras fueron sólo escaparate como ornamento de glamur, otras simplemente se dedicaron a aportar herederos a la corona, otras vivieron engañadas, alguna fue envenenada, sí insisto asesinada, porque tales acciones también suceden dentro de la nobleza, otras tan sólo se dedicaron a practicar, genuinamente, uno de los siete pecados capitales: la lujuria. Nada impedía que la mayoría de esas princesas llegaran a contraer matrimonio con sus reyes. Habitualmente terminaban en boda sólo por cumplir con los rituales ceremoniosos, y eran cuestiones de estado y de sus altezas reales. De una forma u otra había que tragar las bochornosas situaciones y subir al altar.

Yo quería hablar de Catalina de Braganza. No sé si tildarla de pobrecita. Solía jugar, sin tapujos, a las cartas con su marido Carlos II de Inglaterra, acompañados de varias de sus amantes. Carlos II, fue un auténtico mujeriego, un especialista en escapadas amorosas que disponía de un gran abanico de amantes. Era exactamente lo que llamamos un golfo y un sinvergüenza. Antes de casarse ya era padre de cinco hijos e incluso había obligado a su hermano, el futuro Jacobo II, a casarse con una mujer a quien él mismo había dejado embarazada. Sus amantes desfilaban libre y públicamente por su cama, sin pudor ni decencia. (Si el príncipe de Gales y Camilla hubieran vivido siglos atrás, nadie se habría escandalizado por su romance).

Pero volviendo a lo que nos atañe, indudablemente cada uno de aquellos “polvetes” era sinónimo de tierras, títulos y dinero, mucho dinero. Las mujeres hambrientas y el resto de los miembros de la corte, maridos, padres, madres, tíos,…hacían la vista gorda, y lo peor, entre ellos el clero al completo con su presencia inadvertida, sólo iban a comer y pasear sus largas faldas por los palacios. La iglesia consideraba que el poder de los reyes era obra de Dios todo poderoso y, por tanto, sólo cabía para sus deslices y abominables pecados el castigo divino, y no el de la Iglesia en tierra. Mientras, el negocio primaba y toda la corte tenía que apurarse para hacer el servicio extra a su majestad. ¡Un puterío total y absoluto!

Infinidad de historias ridículas y chapuceras, algunas de risa, infinidad de conspiraciones, de desplantes, de adulterios “reales”, de antojos, de competiciones de fecundidad, de hijos ilegítimos, de caserías, de fiestas, de bailes, de orgías, de amores fingidos, de secretos, de lágrimas, de consejeras, de confidentes, de compañeras de placeres, de doncellas, de burdeles, de escándalos, de reinas repudiadas, de infidelidades... Y aquí estamos, somos los hijos de nuestra loca y vergonzosa historia, del pasado de nuestro mundo. ¡Qué pena y que tristeza que esta gentuza fueran nuestros antecesores!

Yo quería hablar de nuestra princesita Catalina de Braganza, hija de Juan IV y Luisa de Guzmán, y fue mujer de Carlos II Estuardo de Inglaterra. En 1661, Inglaterra obtiene, en virtud de Portugal, nada menos que las llaves del mundo en forma de una dote de matrimonio. Se trataba de la cesión de Tánger, que era la puerta del imperio portugués en África, del traspaso de Bombay, que fue el paso de Inglaterra a Oriente y de una serie de privilegios comerciales. Regalos faraónicos, ¡un desmadre!, y así, como consecuencia del despilfarro de unos padres comprensivos y generosos para el bienestar de su hija, cambió el rumbo la historia de dos potencias marcando con ello el declive del imperio portugués y el auge del imperio británico. Hubo que establecer negociaciones para esta boda y para la traspaso de la dote, a cambio Portugal recibiría apoyo militar de los ingleses en su lucha contra España.

Yo quería hablar de Catalina de Braganza, que fue una mujer sencilla, modesta, poco encantadora y esto, unido a su esterilidad, hizo que Carlos II estallase y se lanzase sin piedad a conquistar y asaltar todo lo que se movía, incluyendo cualquier dama de la corte, sin importarle tener hijos ilegítimamente, que por cierto fueron varios. El reino de Portugal terminó perdiendo a su pobrecita princesa en boca del lobo y, por si fuera poco, tuvo que ofrecer la tutela absoluta y todas las garantías económicas del imperio Portugués al hijo de la Gran Bretaña.

1 comentario:

  1. Bueno el problema de Portugal siempre a sido el mismo, su pacata gente, mujeres sin voz y un adependencia a Inglaterra. Tanger y el resto de Africa se liberan del conquistador portugues y bien. y digo bien porque donde el colonizador portugues se quedo, caso de angola, Ginea Bissau etc aun hoy conocemal el sentido de democracia humanista. Aunque los demas paises colonizados por europa o han tenido mejor suerte, pero esto es solo mi opinion.
    muchas felicidades para este blog, sin duda esta hecho con mucho cariño por una tierra, Tanger, de la que soy , tambien , una enamorada. felicidades

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