domingo, 20 de enero de 2008

ALI BEY, EL MISMISIMO DIABLO.

Alabado sea el Dios único y misericordio.Como buen espía, la vida de Ali Bey está repleta de misterios. Disfrazado de príncipe sirio, aunque nacido en realidad en Barcelona en 1976, recorrió durante cinco años el mundo árabe, desde Marruecos hasta Constantinopla, bajo las órdenes de Manuel Godoy, primer ministro de Carlos IV, a quien enviaba informes cifrados de sus intrigas.
Hombre ilustrado y políglota, intimó con el sultán marroquí en cuya Corte vivió durante dos años. Sedujo además a Carlos IV, a Napoleón Bonaparte y a Luis Felipe de Francia. En 1812 publicó en París el relato de sus viajes, libro que ocupa un lugar destacado entre los escritos por los grandes exploradores de su tiempo. Masón, reformista y afrancesado, se exilió finalmente en Francia para cuyo gobierno trabajó, también de espía, hasta que se topó con la muerte en el desierto de Siria en 1818. La verdadera identidad de Ali Bey se mantuvo en secreto hasta 1836 cuando se editó la primera traducción al español de su obra, publicada originalmente en francés.
Sus crónicas de viajes han sido desde siempre un género apasionante que conjuga aventuras y paisajes lejanos con motivos científicos, políticos y personales. El centro de interés de estos relatos es el encuentro del viajero con lo exótico, lo desconocido y en definitiva con el otro que habita en nuestra propia tierra.
Era un singular viajero, famoso en las cortes y gobiernos europeos por sus ambiciosos planes, muchos de ellos disparatados. Sus diarios de viaje fueron, más tarde, unánimemente celebrados. Se trata de Domingo Badía Leblich, conocido también como Alí Bey El Abassi, su impostora identidad musulmana. Alí Bey puede ser considerado un pionero en un estilo de relatos de viajes en forma de crónicas. Entre sus libros destaca “Viajes por Marruecos” donde Ali Bey se extiende con profundidad hacia los contextos históricos y políticos de la época.
Erudito, aventurero y explorador, espía al servicio de España y de Francia, fue viajero deslumbrado por el mundo musulmán. Domingo Badía fue un personaje fascinante de la Europa del siglo XIX. En el año 1803, Badía realizó su famosa expedición a Marruecos, subvencionada por las dos anarquías españolas y francesas. Desde entonces, todos los estudiosos lo reconocen como un pionero y una referencia obligada para los estudios de la cultura berebere y la geografía marroquí. Llegó a perfeccionar su doble identidad como musulmán para poder realizar la peregrinación a la La Meca, la Ciudad Santa en Oriente Medio, prohibida para los cristianos y cuna del Islam.Este espíritu inquieto y cosmopolita dedicó sus viajes a estudios militares, políticos, diplomáticos,… Frecuentó a numerosos escritores. Los indicios de los relatos de sus viajes nos llevan a pensar, y confirmar, lo fascinante que es la obra de Alí Bey. Dejó una clara huella con estilo propio. Se caracterizó por su orden al escribir sus diarios lo que puede comprobarse en la publicación numerada de sus escritos. Incluso se permitió el lujo de hacerlo de una forma irónica.
Alí Bey comienza sus “Viajes” cruzando el Estrecho de Gibraltar partiendo desde Tarifa y con llegada a Tánger. Era para el una nueva sensación, una experiencia con efecto de un sueño según sus reflexiones. Porque en tan solo un breve espacio de tiempo, tras una corta travesía, uno se encuentra con un mundo absolutamente nuevo. La ley de la naturaleza no ha permitido semejanzas entre los habitantes de los dos países limítrofes, de los dos pueblos vecinos a ambas orillas del Estrecho de Gibraltar, siendo tan diferentes unos de otros como lo son un francés y un chino. Era un gran observador, afirmaba que en esas dos extremidades termina una civilización y empieza otra totalmente diferente.
De esta forma tan drástica explica esta separación de dos pueblos distantes culturalmente, tradicionalmente, religiosamente, sin importarle utilizar, excesivamente, y de una forma despreciable e irónica, la palabra barbarie, pero siempre apelando al acercamiento y al recorte de esta distancia entre los dos mundos, sin dejar de insistir en que cada uno es de su particular manera. Su separación entre lo civilizado y lo bárbaro era tajante. A medio camino entre agente secreto y genuino converso, Domingo Badía adopta una nueva personalidad cuyo nombre completo fue Alí Bey El Abassí.
Con astucia extravagante e ibérica tomó el apellido de un supuesto descendiente del Profeta Mohamed, incluso lo adornó con el título de un príncipe proveniente de una aristocrática familia Siria originaria de Damasco. De tanto pasar de un extremo a otro para cruzar al mundo nuevo, Badía desdobla su personalidad. Cambió completamente su aspecto pudiendo aparentar ser un descendiente del profeta, incluso pensaba en términos de cultura islámica. Alí Bey llevó su papel mucho más allá de su misión, llegando a predicar el Islam en tierras musulmanas sin que nadie se lo pidiera, pero cuando murió, durante un viaje a Damasco, se descubrió su verdadera personalidad: la cruz que llevaba colgada al pecho, último recuerdo de Domingo Badía, lo delató.
El conocimiento a la perfección de la lengua árabe y Berebere del norte y del sur de Marruecos, así como la comprensión del otro, lo llevaron a desempeñar de mediador, a destacar como intérprete, a emprender el negocio de editar breves diccionarios. Sus editores lo elogiaban por la valiosa transcripción de sus obras desde el punto de vista lingüístico.
Badía tenía que compaginar sus obras y crónicas literarias, y hasta parodias, con su misión política y de espionaje. El caso de Badía es único por la inviabilidad e incoherencia del proyecto que presentó a Manuel Godoy, el “Príncipe de la Paz” sucesor de Carlos IV. Una misión arriesgada catalogada de mitómana. Con una imaginación extravagante, la misión de Badía consistió en adoptar una personalidad árabe, cruzar a Marruecos y tender allí los hilos de una conspiración para derrocar al sultán e implantar en territorio africano una suerte de monarquía constitucional que respondiera a los designios españoles. En su diario planificaba asumir el reinado marroquí mediante un golpe de Estado, para ello afirmaba contar con 3.000 combatientes, en tiempos en que la corona española debilitaba el poderío de sus colonias americanas. Godoy comentaba a sus íntimos todas estas proezas que, obviamente, eran meras exageraciones. Godoy llegó hasta el punto de enviar tropas a Marruecos para apoyar a unos rebeldes imaginarios con los que Ali Bey jamás contactó.
Badía no pudo conspirar ni en sueños con las tribus insumisas de Marruecos. El “objetivo político·” se quedó en fracaso, en un sueño y una farsa solo utilizada con el fin de obtener apoyo y financiación para su proyecto de exploración personal, científica y literaria. La inviabilidad política de su proyecto, y la consecuente falta de apoyo militar necesario para concretarlo, provocó la accidentada salida de Alí Bey de tierras marroquíes. El domingo 13 de octubre de 1805, Ali Bey fue expulsado. El sultán Sidi Mohamed Salaui mandó a sus soldados detener a la comitiva de Ali Bey y obligarlo a embarcar solo en un simple bote. El ingenioso conspirador terminó su aventura sufriendo una emboscada, así lo relató con muy poco realismo. Alegaba que representaba España, un país en proceso de redefinir las fronteras de sus colonias, pero las fantasías y las fantásticas conspiraciones que afiebraban la mente de Badía fracasaron. Frustrado, terminó Ali Bey como viajero y político. Sus últimas cartas reflejaban un aspecto bohemio y descuidado.
Una de las barriadas más emblemáticas, y la más popular de Tánger, lleva el nombre de Ali Bey. Se dice que vivió por ahí.

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