Vida Perra: Soledad, locura y muerte.
“Vida Perra” (1982) y el Remake “La vida perra de Juanita Narboni” (2005), son dos películas que representan la expresión verbal y literaria de la novela “La vida perra de Juanita Narboni” de Ángel Vázquez. Sin embargo, no son ninguna de las dos una adaptación perfecta y automática del relato histórico de la novela, sino que más bien nos encontramos con una operación titánica, y especialmente valiosa, que entremezcla las elocuencias de las narraciones y recitaciones de la lectura de textos, consiguiendo así una relación entre cine y literatura. Eso estaba motivado, claramente, por la falta de presupuesto y de medios para lograr los decorados así como la imagen real de los lugares exactos en los que se desarrolló aquella vida. Lamentable y triste.
La primera película fue rodada y dirigida por Javier Aguirre, con una genial Esperanza Roy, pero en lugar de Tánger la acción se desarrollaba en Santander. La segunda, “La Vida Perra De Juanita Narboni”, fue dirigida por la marroquí Farida Belyazid sin medios económicos para poder recrear la ciudad de entonces; sin embargo, también contó con una magnífica actriz, Mariola Fuentes. Ninguna de las dos películas consiguió transcribir el mágico mundo de la novela. Eso es imposible.
En los dos largometrajes se ve una historia insólita, equidistante y extraña, apreciándose sólo la labor de las dos únicas protagonistas. Ambos directores nos cuentan las crónicas de una solterona, llamada Juanita Narboni , con su peculiar forma de expresarse de la época, combinando el español con frases en inglés y francés. Nos introducen en su soledad, en su locura y en sus pensamientos sobre la muerte; temas que han sido siempre esenciales, aparte del amor, en las grandes literaturas. En este sentido Ángel Vázquez se ha lucido. Los dos directores van al fondo de las cosas, y nos describen, morbosamente, como “la Juanita” y Tánger toman juntos el camino de la soledad, y como sienten una inclinación hacía la muerte. Así sus vidas perras se meten en un círculo que gira alrededor de la aislamiento y el declive. Van abandonando, a lo largo de este trayecto, a sus seres queridos hasta hacerlo incluso con ellas mismas para complementar el círculo de la soledad. Por otro lado está el tiempo, de tal forma que la relación pasado, presente y futuro adquiere contrastes de autodestrucción y de olvido. Sólo queda la expresión de la palabra que le salva hasta el ultimo suspiro. De esta forma, Juanita Narboni se pierde a sí misma, abandona su identidad, su memoria y no encuentra a su ciudad. Un autentico y dramático final: el declive de dos vidas cruzadas.
Juanita, es el último testigo de aquel “paraíso” que fue el Tánger internacional donde convivían culturas y religiones, y a la vez fue la última estampa del “colonialismo”. Ángel Vázquez retrata en su novela, con exactitud y sutileza, aquella ciudad de las mil caras, así como a su gente que, hasta ahora, siguen viviendo en un sueño despierto. El escritor nos lleva al culto mezclando la realidad, los recuerdos y las obsesiones. Y los dos directores, en cuestión, nos cuentan el paralelismo entre la decadencia de la Juanita Narboni y de la ciudad de Tánger. Nos desvelan la analogía entre las dos, víctimas de sus respectivos declive y deterioro, contra los que no supieron rebelarse.
“Vida Perra” (1982) y el Remake “La vida perra de Juanita Narboni” (2005), son dos películas que representan la expresión verbal y literaria de la novela “La vida perra de Juanita Narboni” de Ángel Vázquez. Sin embargo, no son ninguna de las dos una adaptación perfecta y automática del relato histórico de la novela, sino que más bien nos encontramos con una operación titánica, y especialmente valiosa, que entremezcla las elocuencias de las narraciones y recitaciones de la lectura de textos, consiguiendo así una relación entre cine y literatura. Eso estaba motivado, claramente, por la falta de presupuesto y de medios para lograr los decorados así como la imagen real de los lugares exactos en los que se desarrolló aquella vida. Lamentable y triste.
La primera película fue rodada y dirigida por Javier Aguirre, con una genial Esperanza Roy, pero en lugar de Tánger la acción se desarrollaba en Santander. La segunda, “La Vida Perra De Juanita Narboni”, fue dirigida por la marroquí Farida Belyazid sin medios económicos para poder recrear la ciudad de entonces; sin embargo, también contó con una magnífica actriz, Mariola Fuentes. Ninguna de las dos películas consiguió transcribir el mágico mundo de la novela. Eso es imposible.
En los dos largometrajes se ve una historia insólita, equidistante y extraña, apreciándose sólo la labor de las dos únicas protagonistas. Ambos directores nos cuentan las crónicas de una solterona, llamada Juanita Narboni , con su peculiar forma de expresarse de la época, combinando el español con frases en inglés y francés. Nos introducen en su soledad, en su locura y en sus pensamientos sobre la muerte; temas que han sido siempre esenciales, aparte del amor, en las grandes literaturas. En este sentido Ángel Vázquez se ha lucido. Los dos directores van al fondo de las cosas, y nos describen, morbosamente, como “la Juanita” y Tánger toman juntos el camino de la soledad, y como sienten una inclinación hacía la muerte. Así sus vidas perras se meten en un círculo que gira alrededor de la aislamiento y el declive. Van abandonando, a lo largo de este trayecto, a sus seres queridos hasta hacerlo incluso con ellas mismas para complementar el círculo de la soledad. Por otro lado está el tiempo, de tal forma que la relación pasado, presente y futuro adquiere contrastes de autodestrucción y de olvido. Sólo queda la expresión de la palabra que le salva hasta el ultimo suspiro. De esta forma, Juanita Narboni se pierde a sí misma, abandona su identidad, su memoria y no encuentra a su ciudad. Un autentico y dramático final: el declive de dos vidas cruzadas.
Juanita, es el último testigo de aquel “paraíso” que fue el Tánger internacional donde convivían culturas y religiones, y a la vez fue la última estampa del “colonialismo”. Ángel Vázquez retrata en su novela, con exactitud y sutileza, aquella ciudad de las mil caras, así como a su gente que, hasta ahora, siguen viviendo en un sueño despierto. El escritor nos lleva al culto mezclando la realidad, los recuerdos y las obsesiones. Y los dos directores, en cuestión, nos cuentan el paralelismo entre la decadencia de la Juanita Narboni y de la ciudad de Tánger. Nos desvelan la analogía entre las dos, víctimas de sus respectivos declive y deterioro, contra los que no supieron rebelarse.
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