Tánger pagará tarde o temprano el precio de su expansión. No se trata de una opinión disparatada, se trata una voz de alarma, se trata de convencernos de la criminal maldición del progreso económico que ha invadido nuestras vidas y del desmadre incontrolado del crecimiento, junto con la brutal explosión demográfica. Día tras día, la inmigración rural, subsahariana y africana no para de crecer. Actualmente, los éxitos comerciales y los ambiciosos proyectos de Tánger manifiestan que modernidad y crecimiento están ligados a una nefasta repartición equitativa y creativa de la riqueza. Estamos, pues, ante un desenlace fatal.
¿Qué ha hecho Tánger para merecer eso?
¿Cómo puede una ciudad desarrollarse sin caer en esta trampa mortal?
¿Qué ha hecho Tánger para merecer eso?
¿Cómo puede una ciudad desarrollarse sin caer en esta trampa mortal?
Es obvio que la respuesta a ese serio problema está en nosotros mismos. Nosotros somos los culpables. No es un problema político sino social ligado a nuestra naturaleza y a nuestro comportamiento hipócrita, salvaje y egoísta. Está unido a nuestro sangriento pasado, a nuestras guerras y a nuestro falso y avaricioso poder a conseguir más. En consecuencia, la respuesta es que todos los niveles de desarrollo de cualquier sociedad, tanto culturalmente, como sociológica, industrial y comercialmente quedan mal heridos y afectados por desigual, y lo peor es que la cota educativa no pasa de ser mediocre debido a una mala reorganización, y a la incontrolada y sorprendente explosión demográfica. Cualquiera, de una forma u otra, agobiado por el propio sistema retorcido y corrupto, intenta escurrir el bulto ante estos hechos y pregonar que nunca le tocará a él porque estará en el cielo, lejos de aquí. De esta manera, cada uno queda tal como es en un punto de inflexión. Lo cierto es que es así. De momento domina la ausencia de visiones estratégicas y honestas de futuro, así como una pobre imaginación y una total insuficiencia de los dos aspectos que forman el armazón base de todo: conducta y cautela. Todo es una pura incógnita.
¿Cómo puede un llamamiento, un aviso o una reflexión, expresar la voluntad de actuar y de unir el destino de los habitantes de Tánger?
Es la pregunta del millón. La preocupación, el malestar, la desilusión y la fragilidad de los jóvenes, con un alto grado de desempleo y de precariedad laboral, bloquean cualquier pensamiento. Están en peligro y desorientados. Están bailando con lobos. Hablamos de mano de obra poco cualificada, pero que puede ser la fuerza de una nueva generación; se merecen una oportunidad para poder revelar su propia dignidad, se les debe una demostración de orgullo a esta juventud hambrienta que se encuentra entre la espada y la pared. (La tasa de edad entre los 20 a 25 años, en Marruecos, es la más alta de África). Eso sería un privilegio para hacerse cargo de su propio destino, dejarían de huir y emigrar a otros países, en los que, lamentablemente, la mayoría se queda y se establece, además, se dedican a construir parte del futuro del país receptor.
Mujeres, hombres o jóvenes empresarios deben tener derecho a estar frente a una oportunidad y a un desafío. Y, ¿por qué no? Es innegable que los países occidentales nos tienen interés, nos meten el dedo hasta en nuestra sopa, ¿por algo será? Estamos constantemente atrapados, estancados, dejados de la mano de Dios, tildando nuestra suerte y nuestra actitud de congénitas. ¡Maldita sea! ¿Por qué siempre nos toca bailar con la más fea? Sería justo que nos dieran lo que nos deben, lo podríamos titular “la deuda histórica de mal trato colonial”. Deben dejarnos emprender nuestros negocios y proyectos industriales, libremente, con una filosofía propia, descansando los viernes y no los domingos,... Empezando humildemente desde el principio, este podría ser un ejemplo del orden del día: educación, sanidad, agricultura, transporte, energía, construcción... Debemos tener nuestro propio sistema de producción y nuestro propio mundo. Debemos tener la posibilidad de crear nuestras propias ideas sobre economía y producción, y tener la posibilidad de plasmarlas en realidades tangibles. Todos estos retos ambiciosos, por supuesto, deberán estar basados en una auge del nivel educativito de toda la población y en una legislación moderna que contenga todos los derechos y deberes de una economía emergente, acorde con los tiempos que corren en los países industrializados.
Mientras estas condiciones no cohabiten en el corazón de nuestras almas, mientras no seamos solidarios, mientras ignoremos el mundo que nos rodea, mientras no divulguemos nuestros conocimientos y mientras no elevemos nuestro compromiso con la igualdad y la libertad, continuaremos viendo morir, cada vez más, criaturas en las orillas de las festivas playas europeas, ante los atónitos ojos de un público sorprendido, extrañado e impotente que, incluso a veces, actúa como socorristas improvisados. ¡“Güena” gente!
Si no somos capaces de enfrentarnos a este problema, seguiremos viviendo el distanciamiento de la pobreza y la humillante ruptura social con el capital. Seguiremos viendo el avance escalofriante de las chabolas, como champiñones que crecen de noche. Seguiremos observando la perdida de la libertad y de la esperanza de miles de hombres y mujeres, y podemos, finalmente, seguir adivinando, amargamente, el futuro incierto de una humanidad triste y peligrosa.
La causa, señores, está servida.
¡Basta ya!
¿Cómo puede un llamamiento, un aviso o una reflexión, expresar la voluntad de actuar y de unir el destino de los habitantes de Tánger?
Es la pregunta del millón. La preocupación, el malestar, la desilusión y la fragilidad de los jóvenes, con un alto grado de desempleo y de precariedad laboral, bloquean cualquier pensamiento. Están en peligro y desorientados. Están bailando con lobos. Hablamos de mano de obra poco cualificada, pero que puede ser la fuerza de una nueva generación; se merecen una oportunidad para poder revelar su propia dignidad, se les debe una demostración de orgullo a esta juventud hambrienta que se encuentra entre la espada y la pared. (La tasa de edad entre los 20 a 25 años, en Marruecos, es la más alta de África). Eso sería un privilegio para hacerse cargo de su propio destino, dejarían de huir y emigrar a otros países, en los que, lamentablemente, la mayoría se queda y se establece, además, se dedican a construir parte del futuro del país receptor.
Mujeres, hombres o jóvenes empresarios deben tener derecho a estar frente a una oportunidad y a un desafío. Y, ¿por qué no? Es innegable que los países occidentales nos tienen interés, nos meten el dedo hasta en nuestra sopa, ¿por algo será? Estamos constantemente atrapados, estancados, dejados de la mano de Dios, tildando nuestra suerte y nuestra actitud de congénitas. ¡Maldita sea! ¿Por qué siempre nos toca bailar con la más fea? Sería justo que nos dieran lo que nos deben, lo podríamos titular “la deuda histórica de mal trato colonial”. Deben dejarnos emprender nuestros negocios y proyectos industriales, libremente, con una filosofía propia, descansando los viernes y no los domingos,... Empezando humildemente desde el principio, este podría ser un ejemplo del orden del día: educación, sanidad, agricultura, transporte, energía, construcción... Debemos tener nuestro propio sistema de producción y nuestro propio mundo. Debemos tener la posibilidad de crear nuestras propias ideas sobre economía y producción, y tener la posibilidad de plasmarlas en realidades tangibles. Todos estos retos ambiciosos, por supuesto, deberán estar basados en una auge del nivel educativito de toda la población y en una legislación moderna que contenga todos los derechos y deberes de una economía emergente, acorde con los tiempos que corren en los países industrializados.
Mientras estas condiciones no cohabiten en el corazón de nuestras almas, mientras no seamos solidarios, mientras ignoremos el mundo que nos rodea, mientras no divulguemos nuestros conocimientos y mientras no elevemos nuestro compromiso con la igualdad y la libertad, continuaremos viendo morir, cada vez más, criaturas en las orillas de las festivas playas europeas, ante los atónitos ojos de un público sorprendido, extrañado e impotente que, incluso a veces, actúa como socorristas improvisados. ¡“Güena” gente!
Si no somos capaces de enfrentarnos a este problema, seguiremos viviendo el distanciamiento de la pobreza y la humillante ruptura social con el capital. Seguiremos viendo el avance escalofriante de las chabolas, como champiñones que crecen de noche. Seguiremos observando la perdida de la libertad y de la esperanza de miles de hombres y mujeres, y podemos, finalmente, seguir adivinando, amargamente, el futuro incierto de una humanidad triste y peligrosa.
La causa, señores, está servida.
¡Basta ya!
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