Todos los días del año sin descanso, por las mañanas temprano, las humedades del Hammam abren sus puertas. Las leñas están echadas. Unos, reservados a cuerpos femeninos, y otros a masculinos. En los mayoría hay que turnarse, primero unas, después, más tarde, otros, pero nunca revueltos. Torbellino de secretos y misterios, olores evaporados, tierra roja para teñir el pelo, azulejos y mármoles ardientes, desnudez sumergida... Es un lugar de humedad sulfurosa y escasa visibilidad, la justa, donde la luz temblorosa hace difícil distinguir lo uno de lo otro, lo correcto de lo que no es. En ellos los vapores sofocantes actúan sobre las curvas carnales, donde los bálsamos perfumados, los aceites y las espumas aromáticas, con esencia de almizcle, jazmín o violeta, se deslizan sobre las pieles desnudas. Son espacios públicos, donde la desnudez no está prohibida. Los muros del Hammam están cubiertos de mosaicos pintados a mano, en la mayoría de ellos, y sus trazos voluptuosos se mantienen tensos. De sus fuentes brota, constantemente, agua hirviendo. El Hammam es conocido como la casa del cuerpo, del fuego y del agua. Dentro de sus muros ninguna frase está escrita. Algunos supersticiosos entran con el pie derecho y salen con el izquierdo. Están convencidos de que los demonios se alojan en los Hammam, lugar donde abunda el agua, y que no dudarán en apodarse del primero que vacile. Los disgustos y la desfachatez hay que dejarlos fuera, en la calle.
Una vez dentro, las personas están fuera del espacio y del tiempo, se rigen por las leyes internas que giran alrededor de la purificación armónica del cuerpo. Se trata de extraer lo dañino y triste. Es el placer de una vieja costumbre consistente en estimular la belleza de la propia vida, no importa la edad. Es un comportamiento lícito, se sabe donde empieza y también cuándo y cómo va a terminar. Es un ritual de temperatura progresiva, de cuerpos que surgen del vapor con voces y con sus ecos, de masajes infalibles. Jamás importa la enorme fatiga y siempre resurge la excitación adormecida. Se pueden oír murmullos, risas, voces y gritos, a veces descontrolados, casi alaridos, desde la calle al pasar por la puerta de estos singulares establecimientos. Dentro, las personas que lo frecuentan, adquieren el mismo rango, ya sean criados o amos.
Me acuerdo, siendo niño, de mi primer descubrimiento de un Hammam, incorrectamente llamado por algunos baño turco, cuando acompañaba a mi madre. Se medía la altura de los varones, a la entrada, pues había límite de edad en la admisión de los niños. Los que no “daban la talla, se consideraba que violaban la intimidad y el pudor de las mujeres y, por tanto, el honor de los maridos, hermanos o padres. Me acuerdo de mis primeros hormigueos eróticos, entre la oscuridad y el misterio, incluido el cuerpo de mi madre y de algunas vecinas. Imágenes, arrugas, vistazos, sentimientos, sensibilidades, flacidez,...y mezclas de figuras deformadas invadían todas mis razones. No era un simple baño. Mis deseos se fueron transformando, lenta pero inexorablemente, en estados inesperados donde todos mis conocimientos, limitados de mi propia niñez, se mezclaban y transformaban en fantasmas. Más de una colleja recibí, por parte de mi madre, por no cumplir la estricta orden de “prohibido levantar la cabeza”. En múltiples ocasionas me invadía la idea, llegando a tener la extraña sensación, de haber nacido en el Hammam. Fugazmente, mis infantiles y vivos ojos, se clavaban en aquellas mujeres semivestidas, algunas completamente desnudas, que ejercían, para mi corta edad, un nudismo prohibido, una intimidad estorbada, unos cuerpos autorizados, infinidad de zonas entre el ombligo y las rodillas, unas tolerancias relativas y unas conductas castigadas. En fin, son ritos irreflexivos y heredados.
Una vez dentro, las personas están fuera del espacio y del tiempo, se rigen por las leyes internas que giran alrededor de la purificación armónica del cuerpo. Se trata de extraer lo dañino y triste. Es el placer de una vieja costumbre consistente en estimular la belleza de la propia vida, no importa la edad. Es un comportamiento lícito, se sabe donde empieza y también cuándo y cómo va a terminar. Es un ritual de temperatura progresiva, de cuerpos que surgen del vapor con voces y con sus ecos, de masajes infalibles. Jamás importa la enorme fatiga y siempre resurge la excitación adormecida. Se pueden oír murmullos, risas, voces y gritos, a veces descontrolados, casi alaridos, desde la calle al pasar por la puerta de estos singulares establecimientos. Dentro, las personas que lo frecuentan, adquieren el mismo rango, ya sean criados o amos.
Me acuerdo, siendo niño, de mi primer descubrimiento de un Hammam, incorrectamente llamado por algunos baño turco, cuando acompañaba a mi madre. Se medía la altura de los varones, a la entrada, pues había límite de edad en la admisión de los niños. Los que no “daban la talla, se consideraba que violaban la intimidad y el pudor de las mujeres y, por tanto, el honor de los maridos, hermanos o padres. Me acuerdo de mis primeros hormigueos eróticos, entre la oscuridad y el misterio, incluido el cuerpo de mi madre y de algunas vecinas. Imágenes, arrugas, vistazos, sentimientos, sensibilidades, flacidez,...y mezclas de figuras deformadas invadían todas mis razones. No era un simple baño. Mis deseos se fueron transformando, lenta pero inexorablemente, en estados inesperados donde todos mis conocimientos, limitados de mi propia niñez, se mezclaban y transformaban en fantasmas. Más de una colleja recibí, por parte de mi madre, por no cumplir la estricta orden de “prohibido levantar la cabeza”. En múltiples ocasionas me invadía la idea, llegando a tener la extraña sensación, de haber nacido en el Hammam. Fugazmente, mis infantiles y vivos ojos, se clavaban en aquellas mujeres semivestidas, algunas completamente desnudas, que ejercían, para mi corta edad, un nudismo prohibido, una intimidad estorbada, unos cuerpos autorizados, infinidad de zonas entre el ombligo y las rodillas, unas tolerancias relativas y unas conductas castigadas. En fin, son ritos irreflexivos y heredados.
Foto: Abdellatif Bouziane/Hammam Dar Albarud. Tánger.
El Hammam simboliza la ruptura con la vida anterior, la purificación del cuerpo, la ablución, la protección de los virulentos espíritus y la exaltación de la hermosura y de la belleza para prestar servicio a los amados. El Hammam es el aliento de los maridos. En definitiva es la fuerza y el impulso de la unión, prosperidad y felicidad. Las novias se dirigen al Hammam, justo un día antes del matrimonio, en un pletórico protocolo con atributos tradicionales complejos, custodiadas por sus madres, hermanas, tías, primas, vecinas o amigas. Se trata de la gestación de la futura esposa. Algo va a suceder, una especie de una mutación hacia la madurez. La protagonista se convierte, por un momento, en un ser sublime y solemne. Entra y sale del baño en una puesta en escena llena de alegría y euforia y, al mismo tiempo, de serenidad y orgullo. Andares rápidos, marchas forzadas, miradas vergonzosas, maridos expectantes y, relegados por una vez y por un único día, a seres inútiles y sin ningún papel, ¡vamos se quedan en el más absoluto fuera de juego!
Lamentablemente, las tradiciones y las creencias populares se abrevian día tras día en la actual sociedad marroquí, y las celebraciones se simplifican fruto de las innovaciones propias o copiadas de otros lugares y países. Se han producido cambios drásticos en infinidad de ritos heredados y en múltiples costumbres ancestrales. El Hammam, que simbolizaba al agua como un don divino, a la limpieza y la pureza como un acto de sabiduría y excelencia en los grandes eventos (nacimiento, circuncisión y matrimonio), ha cambiado radicalmente y se ha convertido, hoy en día, en un simple y sencillo baño, eso sí muy, muy, pero que muy relajante.
Lamentablemente, las tradiciones y las creencias populares se abrevian día tras día en la actual sociedad marroquí, y las celebraciones se simplifican fruto de las innovaciones propias o copiadas de otros lugares y países. Se han producido cambios drásticos en infinidad de ritos heredados y en múltiples costumbres ancestrales. El Hammam, que simbolizaba al agua como un don divino, a la limpieza y la pureza como un acto de sabiduría y excelencia en los grandes eventos (nacimiento, circuncisión y matrimonio), ha cambiado radicalmente y se ha convertido, hoy en día, en un simple y sencillo baño, eso sí muy, muy, pero que muy relajante.
Estimado amigo:
ResponderEliminarMuy bueno su artículo. Sin embargo hay algo en lo que no estoy de acuerdo con usted, y es en que usted dice que en los Hammans se permite la desnudez total.
No sé que Hamman recuerda usted. Yo he ido a uno, cercano a la calle México, donde me llevó un amigo marroquí, y donde yo era el único extranjero.
La experiencia fue única, un chico me dió una masaje médico y me hizo varios lavados y enjuagados con agua.
Todo el mundo estaba con pantalón corto o calzoncillos, y en ningún momento, a pesar del vapor, yo noté ningún tipo de cosas extrañas, ni sexuales, al contrario, lo que si noté es todo el mundo muy relajado y disfrutando del vapor, el agua y el silencio.
Para mi fue una experiencia única, pués como le digo era un extranjero alli, solo, pero en ningún momento sentí hostilidad hacia mi, al contrario, todo el mundo me trató muy bien, y pienso volver.
Como le digo, todo el mundo iba con sus partes genitales, cubiertas.
Un saludo desde Córdoba y gracias por este blog tan maravilloso.
Donde puedo encontrar un Hammam auténtico en Tánger?
ResponderEliminarMuchas gracias y felicidades por el blog!!
Alex Barcelona
Bueno yo quiero preguntar lo mismo que alex, voy mucho a tanger pero nunca he ido a un hammam, y me gustaria saber de alguno que deverdad sea auntentico y lo mas tipico posible.
ResponderEliminarSaludos y felicidades por el blog.
Me ha encantado el artículo. De verdad.
ResponderEliminarAcabo de comprar unos billetes para Tanger (en diciembre) y después de dar un paseo por su blog me han entrado un montón de ganas de ir. ¿Alguna recomendación de un experto?