domingo, 2 de noviembre de 2014

El té está en la sangre

Achakar, Tánger. Agosto 2014. Foto: Abdellatif Bouziane.

“El té es La chispa de la vida” podía ser el eslogan. El té es una señal de vida, de familia y de amistad. El té es la identidad de la sociedad marroquí. El té es la nación y tradición. El té es la ceremonia. Su preparación consiste en un ritual teatral e ingenioso. Su elaboración no debe respetar ni el tiempo ni las prisas. Sus sabores mezclados y florales van ligados a su tono ámbar dorado. Su equilibrio perfecto se balancea entre su fuerza y su dulzura. El té a la hierbabuena está servido, elegante, ocupa una tetera de plata alta y se rodea de pequeños vasos adornados con dibujos ribeteados y dorados. Exige tranquilidad, hospitalidad. El té es símbolo de paz y sosiego. El té es una reseña cultural. Su amor es incuestionable hasta tal punto que se puede tomar a cualquier hora. El té es digestivo y diurético. Al té a la menta o con hierbabuena se la añade, típicamente para ampliar su espectro de aromas, otras hierbas como ajenjo, mejorana, salvia o verbena.

El té fue probablemente introducido en Marruecos durante el reinado de Moulay Ismail (1672-1727), tal vez como un homenaje de la reina Ana de Inglaterra para la liberación de un grupo de prisioneros ingleses. Pero no se hizo popular hasta mediados del siglo IXX, cuando se produjeron los cierres de los puertos bálticos durante la Guerra de Crimea (1853-1856) y los cargueros británicos se encontraron con un exceso de té traído de China. Sus esfuerzos por encontrar nuevos mercados fueron en vano y terminaron descargándolo gratuitamente en Tánger y Essaouira. El té tardo poquísimo años en ser una bebida de lujo a filtrarse en todas las clases sociales y se convirtió, junto al azúcar, en los dos productos primordiales en Marruecos desde principios del 1880. Desde entonces el té está en la sangre.

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