sábado, 23 de diciembre de 2017

El Clásico en el Cine Roxy de Tánger


Me gustaría referirme al Clásico para arrancar este artículo. Me doy cuenta de que quedaría como cualquiera, qué le vamos a hacer, hablare de fútbol. Pues bien, el Clásico lo echan en directo en el cine Roxy de Tánger. Una ciudad que se pone patas arriba para presenciar en directo el choque. Menudo morbo.  

Dos rivales y enemigos de toda la vida deben estar a la altura. Es un gran negocio con una sucesión de desajustes que se alternan únicamente solo los dos en medio mundo, apostando encima de la mesa cientos de millones. Nos creemos que todo tiene un porqué. La gente no es tonta. Todo lo que sucede les conviene y nos conviene. Y así, hacemos ver que por fin lo hemos entendido todo. Esta teoría del caos que todos sabemos que este tinglado es un mandato divino lleno de complicidad y sin embargo fatalmente lo convertimos en tradición.

El Clásico, tú entra a cualquier cafetería, bar, restaurante, comercio, hotel y incluso nuestras casas, me juego el tipo que lo echaran. Y ahí estarán los dos con las espadas en alto, vida o muerte. Nuestra existencia está plagada de clásicos. Aquí lo celebran por todo lo alto y sin embargo no somos nadie, nos empeñamos en ser imprescindibles. En realidad somos ficción, bien construida, pero mentira al fin y al cabo. Nuestros Clásicos nos retratan disfrazados de unos o de otros y nos enseñan que es imposible no repetirse. Somos ficción social. Nuestro fútbol sigue muy lejos de cualquier expectativa de modernización y progreso. Nos dedicamos solo a inventamos incidentes para justificar conflictos dialécticos. Ficciones que nos permiten solo fantasear. Es la zona cero de la culpa, donde llega justo la firma de la paz. “A veces se gana y otras se pierde”. Y pronto el dolor de uno se olvida, y hasta el próximo Clásico y así toda la vida de dios. 

El Clásico se repite tocando firmemente conciencias, almas y corazones. No tengo motivos fundados ni racionales para emitir un juicio. ¿Todo este pregonado espectáculo se merece tanto? Me pregunto yo. 

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