Tánger vista del puerto.
Un día, tal como hoy, veinte de abril del 2008 como cualquier otro día de los que suelo hacer el viaje de vuelta a mi ciudad residencial Málaga, desde mi ciudad natal Tánger, y siempre que mi tiempo lo permita, hago mi recorrido y trámites portuarios de memoria. De repente un policía sale inexplicablemente de caza. Quieto en su humilde puesto, vestido de civil, sin mirarme a la cara y lejos de sus obligaciones, me pregunta si poseo un vehículo.- Claro son momentos de vacas flacas, época baja de turismo, por lo que es difícil “cazar” algo-. Se rompió la rutina de siempre. Me obliga a justificar que yo era un pasajero de a pie y que mi vehículo está fuera del territorio marroquí.
Nos miramos los dos por primera vez a la cara, impotentes los dos. Yo, confundido, no sentía su presencia y no entendía su ambigua reclamación; mientras que él no sabía como expresar su mendicidad. Con cuidado me desliza mi pasaporte y me manda, sin rumbo, a la planta baja a buscar, según sus palabras, “un papelillo blanco” en los archivos aduaneros. No era una broma se trataba de una tarea complicada, comenzando aquí una pescadilla que se muerde su cola. No se debe hacer ruido, la pieza a cazar está a una distancia y en unas circunstancias inmejorables. La presa era un animal bello y majestuoso. El cazador, por su parte, piensa que su figura era, por un momento, un verdadero rey. Ni siquiera se movió, sólo quería satisfacer su afición y cargarse al animal.
No se trata de una propina, de una limosna para ayudar a estos empleados estatales a llegar a fin de mes, o para llevar algún regalito a sus hijos de vuelta a casa, o de ir de juerga con sus amiguitos. No se trata de una multa ni se trata de una generosidad. No se trata de un canon, se trata de la gangrena de la puta corrupción. La corrupción es un delito, es un robo, es un acto de vandalismo y está duramente castigada en Marruecos. El problema es la ignorancia y el silencio.
Estaba de espaldas, suspiro, y se giró cuando mi voz le sorprendió. Observó de nuevo mi pasaporte, esta vez acompañado de un mensaje casi infantil, escrito a mano por un desconocido funcionario aduanero, al instante una sonrisa falsa invadió su cara sonrosada. No podía articular palabras, estupefacto de mi habilidad, tan sólo me recordó que la próxima vez que pasase por el puerto de Tánger tendré que presentar el maldito “papelillo blanco”. Me sentía incapaz, y por un momento dudé en mandarlo a la mierda, porque también cabe la posibilidad de que viaje en avión, en cuyo caso el dichoso problema con "papelillo blanco" del coche no tiene cabida.
Por derecho de sangre he nacido en esta tierra estando prendado, como buen tangerino, de mi ciudad y de mi patria, y me siento en deuda con mi gente. Pienso levantar mi voz y gritar con mi buen corazón: “no pagar ningún puto dírham a estos enfermos corruptos”. Estos atracos hay que denunciarlos. Sumo mi llamamiento al de todos los afectados, al de todas las personas que educan, que informan y que luchan por acabar con esta lacra. Nada es eterno. No podemos seguir callados observando lo que pasa. Estoy convencido que seguiré, como una montaña, observando y vigilando a estos bufones. Tengo la esperanza de que dentro de unas cuantas primaveras la gente pueda tranquilamente, sin necesidad de pagar un canon suplementario e inconcebible de corrupción, viajar, casarse, celebrar el nacimiento de un hijo, construirse su casa, registrar una parcela, sacarse el carnet de conducir, ingresar a un pariente en un hospital, morirse,...
Espero y deseo que este mensaje se repita una y otra vez, para siempre. Pásalo.
El texto me ha encantado. Además de muy bien escrito se ve la lucha del ciudadano por la ciudad que merece, el hombre solo, el hombre poniéndose en pie ante la putrefacción a la que pone nombre y mira a los ojos, un texto valiente. Enhorabuena. Pablo Aranda
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