“El hacha del leñador pidió su mango al árbol, y el árbol se lo dio” (Escrito por: Rabindranath Tagore en su obra Pájaros Perdidos). Incompletos tenían que ser los dos. Sus identidades se necesitan uno a otro. Sus vidas están cruzadas y entregadas.
Hay que dejar de odiarse, insultarse, enterrar el hacha de la guerra y dejar que las aguas vuelvan a su cauce. Todo es fruto de una enfermedad infantil llamada racismo regional. Hay que cambiar nuestra actitud y nuestro resentido comportamiento por acciones más constructivas y más criticas, por mantener y salvaguardar nuestra memoria histórica y nuestras tradiciones. Debemos cumplir con nuestro deber de cuidar nuestra herencia artística cultural y sentimental a favor de nuestros hijos. Para eso la clave esta en la rigurosa y obligada ejecución de una buena crítica, con respeto, con educación y sin ofender. Hay que dejar de lado la chulería, el despelleje, lo inconsecuente y el pisoteo de uno a otro.
La historia, los distintos idiomas y la compleja composición socio-cultural de Marruecos no debe ser un obstáculo para el desarrollo objetivo de diferentes tipos de pensamientos. Debemos amar todos los rincones de nuestro país. Nuestro país debe ser único, maduro, corregido, criticado, mejorado, admirado y debatido. No se trata de que cualquiera diga lo que quiera, sino lo que piensa. Debemos dejar de mirarnos el ombligo y no equivocarnos de enemigo, ser abiertos al dialogo, ser tolerantes y defender la convivencia. Rífenos, beréberes, norteños, sureños, campesinos y ciudadanos de a pie, todos juntos debemos custodiar nuestro entorno, regenerar nuestro estado de bienestar y nuestros eventos culturales, guardar nuestro patrimonio histórico y respetar las tumbas de nuestros fieles muertos, aunque sean olvidados.
En Tánger, justamente cerca del barrio emblemático “California” (por su semejanza con el clima de la costa californiana), se encuentra un caprichito, para algunos, extravagante y extraño: un “cementerio de perros”. Data su improvisación desde los años cincuenta, consecuencia de una vida fastuosa y elegante de la gente de aquellos tiempos felices. Actualmente, más de un centenar de penosas lápidas, del mejor amigo del hombre, siguen levantadas entre arbustos y matorrales, en un estado de abandono miserable. Sus dueños ya no están en este mundo para cuidarlos. En su momento si que se debieron hacer merecidas ceremonias fúnebres con cortejos mortuorios de riguroso desconsuelo. Este lugar tan original está en peligro de desaparecer debido a su avanzado estado de deterioro y, probablemente, esté pronta su desaparición. La expansión demográfica y urbanística está avanzando a pasos agigantados, y estoy convencido que no se van a respetar a los ausentes. Mientras tanto seguirán reposando los restos caninos, en el mismo lugar, en el cementerio de perros de Tánger. Hay que salvar el árbol de la vida y mantener intacta la vida de los cementerios. Es una responsabilidad de principios y de supervivencia. Pobres perros, descansen en paz.
Hay que dejar de odiarse, insultarse, enterrar el hacha de la guerra y dejar que las aguas vuelvan a su cauce. Todo es fruto de una enfermedad infantil llamada racismo regional. Hay que cambiar nuestra actitud y nuestro resentido comportamiento por acciones más constructivas y más criticas, por mantener y salvaguardar nuestra memoria histórica y nuestras tradiciones. Debemos cumplir con nuestro deber de cuidar nuestra herencia artística cultural y sentimental a favor de nuestros hijos. Para eso la clave esta en la rigurosa y obligada ejecución de una buena crítica, con respeto, con educación y sin ofender. Hay que dejar de lado la chulería, el despelleje, lo inconsecuente y el pisoteo de uno a otro.
La historia, los distintos idiomas y la compleja composición socio-cultural de Marruecos no debe ser un obstáculo para el desarrollo objetivo de diferentes tipos de pensamientos. Debemos amar todos los rincones de nuestro país. Nuestro país debe ser único, maduro, corregido, criticado, mejorado, admirado y debatido. No se trata de que cualquiera diga lo que quiera, sino lo que piensa. Debemos dejar de mirarnos el ombligo y no equivocarnos de enemigo, ser abiertos al dialogo, ser tolerantes y defender la convivencia. Rífenos, beréberes, norteños, sureños, campesinos y ciudadanos de a pie, todos juntos debemos custodiar nuestro entorno, regenerar nuestro estado de bienestar y nuestros eventos culturales, guardar nuestro patrimonio histórico y respetar las tumbas de nuestros fieles muertos, aunque sean olvidados.
En Tánger, justamente cerca del barrio emblemático “California” (por su semejanza con el clima de la costa californiana), se encuentra un caprichito, para algunos, extravagante y extraño: un “cementerio de perros”. Data su improvisación desde los años cincuenta, consecuencia de una vida fastuosa y elegante de la gente de aquellos tiempos felices. Actualmente, más de un centenar de penosas lápidas, del mejor amigo del hombre, siguen levantadas entre arbustos y matorrales, en un estado de abandono miserable. Sus dueños ya no están en este mundo para cuidarlos. En su momento si que se debieron hacer merecidas ceremonias fúnebres con cortejos mortuorios de riguroso desconsuelo. Este lugar tan original está en peligro de desaparecer debido a su avanzado estado de deterioro y, probablemente, esté pronta su desaparición. La expansión demográfica y urbanística está avanzando a pasos agigantados, y estoy convencido que no se van a respetar a los ausentes. Mientras tanto seguirán reposando los restos caninos, en el mismo lugar, en el cementerio de perros de Tánger. Hay que salvar el árbol de la vida y mantener intacta la vida de los cementerios. Es una responsabilidad de principios y de supervivencia. Pobres perros, descansen en paz.
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