El té fue introducido en Marruecos en 1845 por mercaderes ingleses cuando, frustrados por los bloqueos de la guerra de Crimea, descargaron su mercancía, proveniente del lejano oriente, en los puertos de Tánger y Mogador.
Cuando atravieso el estrecho, en dirección a Tánger, en un día propicio puesto que soplan vientos de poniente, pronto percibo, asomándome a la borda del barco, el olor salitroso del Atlántico, acompañado con recuerdos mitológicos de Hércules.
Una vez en mi ciudad natal, de nuevo e inevitablemente, me vuelvo a sentir seducido y cautivado por los olores y aromas de la hierbabuena. Me embriaga un ambiente sensible y perfumado, costándome distinguir entre su esencia, tanto los perfiles de la ciudad como de la medina. Un aroma de perfume por todas partes, en todas sus calles, callejuelas y plazas. Campesinas, con sombreros de paja y faldas rayadas rojiblancas, sentadas en el suelo de los zocos, ofrecen al viandante olores y colores que emanan de la hierbabuena, el jazmín, el azahar, la shiba y el romero,… entre otras muchas plantas aromáticas. ¡Qué fácil prenderse de tales esencias!, te transportan a lugares olvidados, a ritos y ceremonias, a caminos de sueños, y te alegran la vista. El aire que se respira es frescura.
Lo conocí, a principios de los años setenta, en su humilde kiosco monteño, en el mas bello y legendario balcón-mirador de Tánger: “Rmilat”. Allí se toma, o mejor dicho se degusta lentamente, el mejor té del mundo, en el lugar más exótico de Tánger y rodeado de vasos, teteras hirviendo, bidones y botijos de agua natural de la fuente, y una montaña de hierbabuena fresca. Presumía de tener un bachiller y de ser culto, pero su verdadero saber consistía en preparar el té mejor que nadie. De ahí le viene su mote, “el doctor del té”. La gente conversaba con él, tenía paciencia y tiempo para cualquiera. Lo oí repetir en varias ocasiones que el té es la chispa de la vida. Lo sabía todo, o casi todo, sobre el té verde con hierbabuena. Comentaba que, a pesar de que haga calor, se debe tomar muy caliente, y añadía que siempre quita la sed produciendo una sensación de bienestar. También decía que se debe tomar a sorbitos aunque se tenga que hacer ruido para no quemarse los labios, eso no resta sabor sino que más bien forma parte del ritual. Nunca se cansaba de repetir que el segundo vaso debe ser siempre amargo. Terminaba recordándonos que el té con hierbabuena es muestra de hospitalidad en todos los hogares.
Nunca olvidaré la magistral clase del doctor del té explicándonos sus fines terapéuticos. Afirmaba, con una seguridad fuera de lugar, que el aroma de la hierbabuena es una fragancia que estimula la mente, alivia los dolores, contrarresta los efectos de los mareos, refresca el aliento y tiene un leve efecto relajante. Amén de que mezclada con el té verde es una infusión digestiva y dietética.
Paul Bowles llego a decir: “Con todo, siempre hay un momento del día que pinta para “un the a la menthe”, frecuentemente porque tenemos que recuperarnos de un golpe de azúcar o de un golpe de sal”
Lo conocí, a principios de los años setenta, en su humilde kiosco monteño, en el mas bello y legendario balcón-mirador de Tánger: “Rmilat”. Allí se toma, o mejor dicho se degusta lentamente, el mejor té del mundo, en el lugar más exótico de Tánger y rodeado de vasos, teteras hirviendo, bidones y botijos de agua natural de la fuente, y una montaña de hierbabuena fresca. Presumía de tener un bachiller y de ser culto, pero su verdadero saber consistía en preparar el té mejor que nadie. De ahí le viene su mote, “el doctor del té”. La gente conversaba con él, tenía paciencia y tiempo para cualquiera. Lo oí repetir en varias ocasiones que el té es la chispa de la vida. Lo sabía todo, o casi todo, sobre el té verde con hierbabuena. Comentaba que, a pesar de que haga calor, se debe tomar muy caliente, y añadía que siempre quita la sed produciendo una sensación de bienestar. También decía que se debe tomar a sorbitos aunque se tenga que hacer ruido para no quemarse los labios, eso no resta sabor sino que más bien forma parte del ritual. Nunca se cansaba de repetir que el segundo vaso debe ser siempre amargo. Terminaba recordándonos que el té con hierbabuena es muestra de hospitalidad en todos los hogares.
Nunca olvidaré la magistral clase del doctor del té explicándonos sus fines terapéuticos. Afirmaba, con una seguridad fuera de lugar, que el aroma de la hierbabuena es una fragancia que estimula la mente, alivia los dolores, contrarresta los efectos de los mareos, refresca el aliento y tiene un leve efecto relajante. Amén de que mezclada con el té verde es una infusión digestiva y dietética.
Paul Bowles llego a decir: “Con todo, siempre hay un momento del día que pinta para “un the a la menthe”, frecuentemente porque tenemos que recuperarnos de un golpe de azúcar o de un golpe de sal”
Personalmente prefiero el the del Hafa. quizas sea por la mezcla del lugar con las vistas y el the que hacen que apra mi sea de lo mejor que he probado.
ResponderEliminarSaludos desde malaga.