viernes, 16 de enero de 2009

Hércules, que estás en los cielos.

Hércules, fue al mismo tiempo el más poderoso de los Titanes vivos y de los mortales olímpicos del otro mundo. Su fuerza superaba lo imaginable. Era de otra galaxia, hasta tal punto que se le ha visto transportar a hombros una astronave de muchas toneladas. Era un verdadero héroe. Sus hazañas eran interminables, su vida no tenía límites, estaba concebido para no morir y, únicamente, para darle aliciente a la historia, podía ser herido. Para acabar con él era necesario recurrir a varios artilugios extraoficiales, ya que de sus propios restos lograba resurgir de nuevo su figura. Su cuerpo fornido era indestructible, ni siquiera podía ser dominado con las sentencias físicas suicidas y descomunales que le decretaban sus dioses Olímpicos.


Era un superviviente, vivía en un vacío del espacio y sólo le faltaba poder volar. Era un guerrero olímpico, un luchador de cuerpo a cuerpo con reseñas atléticas. No necesitaba protección alguna porque era inmortal. Lo único terrenal que tenía consistía en vivir acompañado con un recital de hábitos, más malos que buenos, de nuestras mezquindades contagiosas.

Su compañera sentimental había soportado, con bastante paciencia, sus frecuentes aventurillas e infidelidades con otra mujer bastante más joven. Pronto empezó el sacrificio y, por temor a un desamor, y por miedo a la vejez y al repudio, su mujer le regaló como testimonio de cariño una túnica abrasiva que nada mas ponérsela, y con el solo contacto, y el calentamiento de su piel, arderían sus carnes. Un veneno adherente en forma de fuego. ¡Qué crueldad y qué injusticia más deslumbrantes! Una tortura que sólo tenía que ser terrenal: ¡qué inmenso dolor! Sin embargo, y como consecuencia de lo débil que podemos llegar a ser con nuestra conducta, y como prueba de ello, su mujer no tardó en suicidarse una vez que comprendió la faena que la había hecho a su marido, mientras el dolor agudizaba a Hércules.

Ya no se trataba de luchar, su cuerpo inmortal, por fin, estaba en llamas y Hércules pensó que la muerte rápida sería mejor que un dolor insoportable. Ha sido un final dramático en tierra de nadie, pero no fue así en el Olimpo de los grandes dioses. De repente, ¡qué alivio señores!, el juego no había terminado todavía por arte de magia, y con la última carta escondida, Hércules fue transportado al séptimo cielo sobre una nube en forma de hoguera, acompañado de un tronido ensordecedor. Los mismos dioses que le habían puesto entre la espada y la pared, los mismos que le habían tendido multitud de trampas mortales en forma de un sinfín de pruebas de desafió de hombría y de inocencia, reaparecen prestándole piadosamente auxilio, sin que mediara motivo aparente. ¡Moraleja: también los dioses sufren debilidades! Y así Hércules fue declarado, por la misericordia celestial, inmortal por segunda vez en un nuevo reino, en el que conoció y se caso con otra mujer todavía más bella. ¡Qué suerte tenía el anfitrión!

Dicen que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, pero siempre que avancen juntos en compañía y armonía. No puede uno despistarse, porque antes de que te des cuenta te la han clavado. El éxito de esta conexión se basa en la magia y en la lotería de la vida. En aquel día fatídico tocaron fondo y los dos se preguntaron: ¿pero, qué he hecho yo para merecer esto? Hércules se dejo llevar por el castigo, se inculpó y consintió, simplemente, hacer creer que merecía la muerte. ¿Cómo puede un hombre que resistió a todos los vientos del tiempo, y que fue capaz de todo, sentir enflaquecimiento y rendirse hasta dejarse morir?


Hércules estaba experimentando una nueva sensación jamás vivida, estaba fuera de su cuerpo, viajando por el túnel de los dioses, iba a tener una vida nueva después de una vida de mala muerte. Es la historia de dos vidas y una muerte anunciada. Es la historia de una leyenda misteriosa, de un testimonio de alguien que viene de una vida del mas allá y que se va a otra distinta. Es la historia de la verdadera mitología, de la confirmación de la fe, del amor y del dolor. Para Hércules era necesario encontrarse con su propia muerte para meditar acerca de su auténtica vida, así como para pensar en lo efímero que llegamos a ser. Estamos en manos de los dioses todopoderosos y sólo la esperanza nos puede salvar. El encuentro con la muerte es una dura experiencia, y Hércules se merece estar en los cielos.

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