Son días de “Chergui”, un golpe de calor atraviesa y azota todo un país partiendo de las llanuras más ardientes del Sáhara y avanzando, infaliblemente, hacia el norte. Llega a Tánger, puerta africana del estrecho de Gibraltar, convertido en una inmensa bola de fuego. Grandes masas de aire evolucionan en el sentido de las agujas del reloj, pero curiosamente el calor de la bola se incrementa a medida que se desplaza hacia el norte. Estoy exhausto sólo de pensarlo.
Cualquiera puede abrir sus brazos de par en par para recibir el ardiente viento, popularmente llamado “Chergui”. Cualquiera puede estar ansioso par conocer su valor y su verdad, y cualquiera intenta descifrar la aparente y sencilla ceremonia de su actuación. Quizás, por eso, me sumo yo también a sumergirme en su culto. Todos los pueblos por donde pasa el “Chergui” tienen algo muy en común que los hace especiales. No se trata de un viento mágico, ni místico; es un viento real, tan verídico que no se puede describir con palabras. No sé si me estoy explicando, porque es difícil de definir. Tan excesivo calor afecta a las relaciones humanas, las personas se vuelven extrañas y actúan de forma diferente, también se ven alteradas las condiciones de una pura coexistencia. Los que estaban, y los que aún permanecen allí, saben perfectamente de lo que estoy hablando. Su significado y su esencia son siempre los mismos, como Dios manda, no se trastornan bajo ningún concepto.
El “Chergui” es un gran compresor de realidades. Se enzarza afanosamente con todo lo que pilla y te aprieta, sin pausa y sin prisa, hasta que se ahoga. Siempre me ha fascinado su majestuosa presencia. No hay forma física, conocida por el ser humano, capaz de detenerlo en el tiempo. No sé muy bien por qué, pero hoy he sentido la necesidad de homenajear a tan distinguido visitante. Supongo que, quizás, porque echo de menos al “Chergui” de mi ciudad natal Tánger, o porque me gustaría sentirlo de nuevo, a pesar de sus agobiante calor. Lamentablemente, el Chergui se comporta de una forma muy caprichosa como los abrazos, los besos y las caricias que te llegan cuando les da la gana, y no cuando a uno le apetece. Por eso la espera puede ser larga y ardua.
Cualquiera puede abrir sus brazos de par en par para recibir el ardiente viento, popularmente llamado “Chergui”. Cualquiera puede estar ansioso par conocer su valor y su verdad, y cualquiera intenta descifrar la aparente y sencilla ceremonia de su actuación. Quizás, por eso, me sumo yo también a sumergirme en su culto. Todos los pueblos por donde pasa el “Chergui” tienen algo muy en común que los hace especiales. No se trata de un viento mágico, ni místico; es un viento real, tan verídico que no se puede describir con palabras. No sé si me estoy explicando, porque es difícil de definir. Tan excesivo calor afecta a las relaciones humanas, las personas se vuelven extrañas y actúan de forma diferente, también se ven alteradas las condiciones de una pura coexistencia. Los que estaban, y los que aún permanecen allí, saben perfectamente de lo que estoy hablando. Su significado y su esencia son siempre los mismos, como Dios manda, no se trastornan bajo ningún concepto.
El “Chergui” es un gran compresor de realidades. Se enzarza afanosamente con todo lo que pilla y te aprieta, sin pausa y sin prisa, hasta que se ahoga. Siempre me ha fascinado su majestuosa presencia. No hay forma física, conocida por el ser humano, capaz de detenerlo en el tiempo. No sé muy bien por qué, pero hoy he sentido la necesidad de homenajear a tan distinguido visitante. Supongo que, quizás, porque echo de menos al “Chergui” de mi ciudad natal Tánger, o porque me gustaría sentirlo de nuevo, a pesar de sus agobiante calor. Lamentablemente, el Chergui se comporta de una forma muy caprichosa como los abrazos, los besos y las caricias que te llegan cuando les da la gana, y no cuando a uno le apetece. Por eso la espera puede ser larga y ardua.
La procedencia del término Siroco se halla en el latino Syriacus, nombre que recibía ese viento, venido del sureste de la rosa de los vientos romana en el Mediterráneo, y que provenía de Siria. En cambio, el origen de la palabra “Chergui” está en el vocablo árabe magrebí “Shulûq” o “Xaloc”, proveniente, a su vez, de lenguas originarias de las costas baleares, valencianas y catalanas. Traducida al castellano se leería “Jaloque”.
Todas las descripciones se asemejan en definirlo como un viento seco y cálido, a veces, con presencia de polvo desértico en suspensión, que sopla desde el continente africano hacia el Mediterráneo. Es un viento que paraliza la vida cotidiana de los habitantes de las ciudades y países por los que pasa. Es un viento hipnotizador, que produce los mismos efectos que un estupefaciente, a pequeña escala, ¡claro está! Suele ir acompañado de altas temperaturas y escasa visibilidad marítima. Es considerado como un viento incomodo, crispante, amenazante puesto que nunca deja entrever si sus efectos van a aumentar o si su fuerza irá a más. El “Chergui” es el viento del desierto por excelencia que alcanza su mayor plenitud en Tánger y en el resto de la costa mediterránea norteafricana.
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