sábado, 14 de marzo de 2009

Paseos provocativos.

De la ignorancia se filtra la duda y, más tarde, lo más seguro, aparecerá la certeza. La certeza de saber que postura hay que tomar para opinar sobre el uso de las fragancias de alta cosmética, perfumes populares, caros o baratos, de prêt-à-porter....Tengo pánico a la gente que huele mal, así como a la mezcla del sudor con el perfume. ¡No es para menos! Cada vez que sale uno de casa corre el riesgo de tropezar con tal evidencia, es decir con alguien que reúna esas condiciones. Siempre ha sido un aspecto negativo del ser humano que persiste, lamentablemente, hasta incluso en las sociedades más modernas, donde los pantanos están a rebozar.



En este caso, nuestra mente no debe estar cerrada a cal y canto, debe entrar aire fresco y un poco de luz, y no dejar que se pudra en el impurismo y en la mala tradición. No vale sólo esgrimir que la naturaleza es sabia y que se nació tal cual. Estamos en un mundo donde nos afrontamos a nosotros mismos, con nuestra integridad, con nuestros cuerpos y con nuestra presencia. No es de extrañar que, a estas alturas, no podamos ser indiferentes y pasotas. Debemos tener el valor y “la certeza” de proclamar que la limpieza forma parte intrínseca de nuestro bienestar y que perfumarse va después.

En ocasiones huelo, y me niego a olvidarlo, aquel olor mareante, insoportable y absolutamente rechazable, y siento como si todo el mundo hiciera la vista gorda. Hay puercachones y puercachonas que incluso se atreven a lucir modelitos de marca sin haberse duchado previamente, para mí inconcebible. ¡Demonios!, creo que les falta la mínima auto-honestidad. Debíamos, por lo menos, reservarle el derecho de la “no admisión”. Para hacerles ver mi desagrado y malestar intento, con una refinada delicadeza, meterme con ellos a ver si se enteran. No quiero cargar con el muerto de que me tachen de falta de respeto. A los que me oyen les pido perdón, y no por cobardía sino porque quizás su sensibilidad pudiera sentirse herida.

A mí no me da igual. Yo también he encajado demasiados golpes, y golpes bajos, que cortan, por un instante, la respiración. Señores, hablamos de y con respeto. Gracias a Dios todavía no falta agua potable. Lo peor son los que siguen una macabra relación basada en la famosa regla de tres: la apariencia, la moda y el último numerito de Channel. Debe ser un conflicto emocional el tener que correr rápido para estar a la última, deben confundir modernidad con prosperidad y bienestar. El olor a sudor no es, precisamente, el perfume más apropiado para seducir.

Amigos míos, ya sabéis, para salir a pasear por el famoso Boulevard Pasteur de Tánger no hay que ir demasiado provocativo, simplemente será suficiente despedir abundantes efluvios de fragancias naturales, ¡y bien naturales! Es lógico y natural, e incluso a mi me parece bien, que cada cual aguante su propio olor, pero obligar a los demás a aguantarlo también, sobrepasa las mínimas normas de higiene, urbanidad y civismo. La sensación que tengo al respecto es de incomodidad y de irritación profunda. Me pregunto: ¿y si la gente de la calle hablase de ello?, ¿y si hubiese ciertos comentarios sobre el tema?, ¿y si surgieran aspirantes al cambio?,... Y esa reflexión, al final, es lo único que me puede consolar.

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