La palabra sufí, viene del termino árabe “suf” que significa lana. Los adeptos sufíes llevaban antiguamente ropa de lana desgastada, con aspecto de abandonados. Paradójicamente, hasta el día de hoy, casi todos los seguidores son de clase baja; la clase alta sigue temiendo a las actitudes sociales y políticas del sufismo. Y así, hasta hoy, los sufíes van predicando que la verdad divina y la comunión con Dios no se pueden compartir con otros, se trata de una experiencia directa y solitaria, y recurren a diferentes fuentes para alcanzar tal estado: el desparramo de santos y santuarios, el uso de drogas prohibidas, la celebración de ceremonias abusivas con métodos infrahumanos, acompañadas de bailes y música de muchachos exaltados.
El sufismo no debe ser un negocio, ni practicado con ánimo de lucro. Se trata de elegir libremente una peculiar forma de vivir con uno mismo y de escuchar el crujido de nuestros propios huesos. Se trata de dar y entregar el alma, a cambio sólo de obtener un lugar entre los elegidos el día del juicio final. Afirman los seguidores que la verdad está en el corazón. Extrañamente, la vida y la libertad, el futuro y la modernidad se adelantaron al aparecer, y están ligados entre sí desde el momento de su unísono nacimiento, justo antes de la creación del ser humano y del primer bombeo de sangre del corazón del hombre. No hay marcha atrás, estamos frente a una única dirección que conforman la libertad de expresión y el respeto al prójimo.
Cada vez que hablamos del sufismo salta la palabra libertad, entendida como la posibilidad de hacer lo que nos da la gana, siempre, ¡ojo!, sin molestar. El sufismo trata de no hacer prácticamente nada, es comportamiento vago con tintes de pereza, se trata de tomarse las cosas, como dicen por allí, con filosofía. Los Sufies se proclaman poseedores de conocimientos ocultos superiores y de un espíritu que desborda la ley de la relatividad. De cualquier manera, en la viña del Señor, hay de todo. Así nos encontramos Sufíes cumplidores y rigurosos y también otros sólo con vocación de fachada, y eso sin que nadie se sienta aludido. Se trata de estar metidos en un barullo, en una cajita cómoda cerrado con esta etiqueta y presumiendo de que es un forma de vivir, y de que está de moda. Así uno puede aparentar a alguien del mas allá. En efecto, el sufismo va mas allá de la discreción, es un fenómeno vistoso y real, esta patente en la apariencia física, pero el aspecto del pensamiento espiritual queda herméticamente cerrado, clandestino, sosegado y detenido en el tiempo. La respuesta de los Sufíes es tajante y no admite replica: la verdad, según sus principios, está en el interior y obedece a su propio corazón. Los Sufíes nos aconsejan bailar y cantar, hasta el trance, para poder comunicarnos con el octavo cielo; también acercar nuestra intimidad a Dios para afectar su sensibilidad y su consentimiento, y así nos pueda acoger con más hospitalidad. De esta manera, un esplendor iluminará nuestras caras y una lucecita nos acompañará a lo largo de cualquiera de los caminos que recorramos. Los Sufíes nos aconsejan que seamos cautelosos y no ir por ahí dando la nota y, al mismo tiempo nos enseñan que no debemos asaltar, por la fuerza, a otros corazones para convertirlos en Sufies.
No se trata de extraterrestres pero están por todas partes. Son bohemios, compañeros del alma y una especie de hippies. Nadie es perfecto. Los Sufíes aclaman que sus teorías existen desde que apareció Adán sobre la tierra y que son los pioneros en la educación del alma, o educación interior. Los Sufíes son flexibles y no son extremistas, pasan desapercibidos, su aspecto es desconfiado. Hoy mismo, el sufismo es algo como la “New Wave” del Islam moderno, es el Islam pacifico de la globalización, es una protesta descafeinada y es una practica espiritual con rasgos orientales.
El descubrimiento Sufí de la droga ha sido un alivio para sus practicantes incorruptibles cuyas vidas estaban llenas de privaciones austeras. Justifican el consumo de narcóticos como ayuda a la relajación y la reflexión, y un porro como un billete para un viajecito gracioso en el tiempo hacia el deleite y el éxtasis, ¡cómo no! Fruto de estas actuaciones se multiplicaron por miles los Sufies en los países pobres. Visiones asombrosas, personajes de lo más variopinto, consumo diario, espíritus andantes, charlatanes, videntes, hechiceros y brujas, cantamañanas, cementerios repletos de oradores del Coran y mendigos viviendo con los muertos, demagogias baratas, rezos excesivos, cantos sensuales rozando el erotismo, pecados carnales, música mística instrumental, aromas de incienso, éxtasis, trances como momentos culminantes, placeres ocultos y prohibidos, danzas rituales para alcanzar la suspensión del alma y conseguir la revelación divina e interior y, finalmente, alucinaciones y comunicaciones espirituales con Dios.
Según el Coran, el libro sagrado, alterar las fechas de los destinos sólo es obra de Dios, ver al creador en tierra debe ser un milagro cachondo.
Cada vez que hablamos del sufismo salta la palabra libertad, entendida como la posibilidad de hacer lo que nos da la gana, siempre, ¡ojo!, sin molestar. El sufismo trata de no hacer prácticamente nada, es comportamiento vago con tintes de pereza, se trata de tomarse las cosas, como dicen por allí, con filosofía. Los Sufies se proclaman poseedores de conocimientos ocultos superiores y de un espíritu que desborda la ley de la relatividad. De cualquier manera, en la viña del Señor, hay de todo. Así nos encontramos Sufíes cumplidores y rigurosos y también otros sólo con vocación de fachada, y eso sin que nadie se sienta aludido. Se trata de estar metidos en un barullo, en una cajita cómoda cerrado con esta etiqueta y presumiendo de que es un forma de vivir, y de que está de moda. Así uno puede aparentar a alguien del mas allá. En efecto, el sufismo va mas allá de la discreción, es un fenómeno vistoso y real, esta patente en la apariencia física, pero el aspecto del pensamiento espiritual queda herméticamente cerrado, clandestino, sosegado y detenido en el tiempo. La respuesta de los Sufíes es tajante y no admite replica: la verdad, según sus principios, está en el interior y obedece a su propio corazón. Los Sufíes nos aconsejan bailar y cantar, hasta el trance, para poder comunicarnos con el octavo cielo; también acercar nuestra intimidad a Dios para afectar su sensibilidad y su consentimiento, y así nos pueda acoger con más hospitalidad. De esta manera, un esplendor iluminará nuestras caras y una lucecita nos acompañará a lo largo de cualquiera de los caminos que recorramos. Los Sufíes nos aconsejan que seamos cautelosos y no ir por ahí dando la nota y, al mismo tiempo nos enseñan que no debemos asaltar, por la fuerza, a otros corazones para convertirlos en Sufies.
No se trata de extraterrestres pero están por todas partes. Son bohemios, compañeros del alma y una especie de hippies. Nadie es perfecto. Los Sufíes aclaman que sus teorías existen desde que apareció Adán sobre la tierra y que son los pioneros en la educación del alma, o educación interior. Los Sufíes son flexibles y no son extremistas, pasan desapercibidos, su aspecto es desconfiado. Hoy mismo, el sufismo es algo como la “New Wave” del Islam moderno, es el Islam pacifico de la globalización, es una protesta descafeinada y es una practica espiritual con rasgos orientales.
El descubrimiento Sufí de la droga ha sido un alivio para sus practicantes incorruptibles cuyas vidas estaban llenas de privaciones austeras. Justifican el consumo de narcóticos como ayuda a la relajación y la reflexión, y un porro como un billete para un viajecito gracioso en el tiempo hacia el deleite y el éxtasis, ¡cómo no! Fruto de estas actuaciones se multiplicaron por miles los Sufies en los países pobres. Visiones asombrosas, personajes de lo más variopinto, consumo diario, espíritus andantes, charlatanes, videntes, hechiceros y brujas, cantamañanas, cementerios repletos de oradores del Coran y mendigos viviendo con los muertos, demagogias baratas, rezos excesivos, cantos sensuales rozando el erotismo, pecados carnales, música mística instrumental, aromas de incienso, éxtasis, trances como momentos culminantes, placeres ocultos y prohibidos, danzas rituales para alcanzar la suspensión del alma y conseguir la revelación divina e interior y, finalmente, alucinaciones y comunicaciones espirituales con Dios.
Según el Coran, el libro sagrado, alterar las fechas de los destinos sólo es obra de Dios, ver al creador en tierra debe ser un milagro cachondo.
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