domingo, 8 de marzo de 2009

Una pesadilla al volante.

Sin palabaras. Foto: Abdellatif Bouziane.
Hace unos días me topé con un relato, a la vez subjetivo y gracioso, reflexivo y sarcástico, sobre el tráfico de vehículos en Tánger. Era la aventura de un matrimonio español que cruzó el charco con el coche, por primera vez. Lo leí dos veces y prometí redactarlo de nuevo, y a mi manera, en mi diario porque es exactamente y realmente la misma experiencia vívida por mí. ¡Atreverse a llevar el coche y rodar por las calles de la ciudad! es un autentico desafio. Aquel campechano relato ha removido las tripas de mi infancia y ha hecho revivir todas las horas que he pasado al volante durante los veranos en Tánger. ¡Cómo han cambiado bruscamente las cosas! La circulación de vehículos, actualmente, es caótica en una ciudad que ha sobrepasado los dos millones de habitantes.

Todo es muy bonito desde Ceuta hasta Tánger por la carretera de la costa, vistas alucinantes. No estuvo mal salvo por un intento de adelantamiento fallido. ¡Casi le da un infarto al marido!, pero salieron indemnes. Otra cosa es el día a día de circular por Tánger. Hay que tener los ojos bien abiertos. Una de las reglas que se incumple flagrantemente es la de respetar la distancia de seguridad, es más, ese requisito es un gran desconocido entre los conductores, ya sean curtidos o noveles. Obviamente, cuanto más te pegues, y acoses al coche de delante, mejor conductor eres. A ello hay que añadir lo bien visto que está el fomentar la contaminación acústica. Se recomienda tocar el claxon a todas horas, ya sea para saludar a un amigo, para mostrar impaciencia, por estar enfadado o simplemente por simpatía general en un atasco, donde todos pitan y tú no vas a ser menos. Las señales de tráfico están, en general, para hacer lo contrario de lo que indican. Por ejemplo si hay una señal de prohibido girar a la izquierda, se mira con disimulo para comprobar que no hay polis a la vista y, en un santiamén, se gira a la izquierda. Girar a la derecha es lo que está bien, pero tiene más emoción incorporarte a una avenida creando el caos y jugándote la vida. Las rotondas son elementos cuya función no queda demasiado clara, yo diría que se desconoce totalmente cómo se regula la circulación en ellas. Eso de que el que está dentro tiene prioridad: ¡un mojón! En las rotondas de Tánger tiene prioridad el que más “cojones” le echa al asunto. Por lo tanto, uno sabe cuando entra en la rotonda pero nunca cuando, ni cómo va a salir de ella. Incluso hay vehículos que se quedan dando vueltas, y más vueltas, hasta que sus conductores adquieren el arrojo suficiente para salir del “embolao” en el que se han metido. Aunque siempre queda la opción de cambiar de dirección y salir de allí corriendo, pase lo que pase, y se joda quien se joda. Si ibas a Assilah, por poner un ejemplo, puedes, en cualquier momento, cambiar de idea y dirigirte para Tetuán, que parece que más facilito. ¡Un horror! ¡Una pesadilla! Sin embargo aparcar no es difícil, aunque las calles son más estrechas. Hasta allí ha llegado la figura de “el gorrilla”, y aunque no hay un aparcacoches genuino y exigente del “revolucionario impuesto”, el primero que pasa por allí te ayuda en la maniobra del aparcamiento y te pide, jamás te exige, una propinilla, lo que le des le parece bien. Y eso que la pareja conoce bien la ciudad.

Teniendo en cuenta estas normas básicas, para circular como un tangerino más, lo demás es coser y cantar y, sinceramente, circular con tu propio vehículo por estas calles te da un “subidón” de adrenalina. El hermano de la mujer de nuestra pareja aventurera, la que estuvo en Tánger, hace unos días fue invitado a la ciudad y cuando se subió en el coche, y vivió en sus carnes el asunto, tan sólo decía: "¡qué guapo “quillo”!, ¡qué guapo!,…

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