Este comentario sólo pretendo que sirva como modo de referencia y, al mismo tiempo, como una anécdota más de la historia de la evolución social y de los modales tangerinos, por lo tanto no es mi intención ofender a nadie. No voy hablar del saber estar y la etiqueta, ni voy a tratar de indagar en los conceptos impropios o en comportamientos equivocados. Sólo me referiré, nunca se me ha olvidado, a aquella tos tempranera, repetitiva y constante de algunos inquilinos de la medina, de sus plazoletas y callejuelas, entre las que se desarrolló gran parte de mi infancia. No quiero ser cruel e irrespetuoso tratando de desmenuzar este único argumento, que durante tantos años ha permanecido empolvado en mi memoria: “la tos crónica”. Tranquilos, ha pasado y seguirá pasando, me imagino, en un montón de lugares por el mundo. Me conformaré con decir lo que pienso e intentaré, en mi más llana modestia, escribir sobre ello aunque, a veces, me moleste en leer las tonterías que cuento.
Me acuerdo, en mis paseos por el casco antiguo, de aquellos energúmenos que se despertaban con caras desencajadas, con un cabreo de mil demonios y en los que no había el menor atisbo de una sonrisa amable. Deambulaban tosiendo, con aspecto crispado como zombis, en busca de un asiento en alguno de sus asiduos cafés. Hoy en día se les recomendaría que, con urgencia, acudieran al médico ya que esa tos podría ser síntoma de problemas de salud. Las causas probables de aquella tos irritante, aunque yo no soy médico ni tan siquiera conocedor de la materia, podrían ser infecciones virales, asma, enfermedades nasales, problemas estomacales y esofágicos, cambios térmicos bruscos de la climatología, consumo excesivo de tabaco, las bien conocidas pipas de la paz o, lo más seguro, los magníficos canutos súper cargados de la noche anterior….
A veces, el toser y toser sin tregua llegaba a convertirse en un gesto poco educado e incorrecto. Su frecuencia lo convertía en repugnante e incomodo para los presentes. A veces, iban acompañados de esputos y escupitajos desagradables. Se sacaban las flemas y gargajos, como por fuerza y pura necesidad, del fondo de sus pechos. ¡Horrible! Yo me pregunto, ¿cómo un reflejo involuntario del que desconocemos su causa puede llegar a ser tan molesto? Aquella tos se prolongaba en el tiempo, y sus sufridores le restaban importancia llegándose a acostumbrar a ella y convirtiéndola en un diario ritual matutino, pero la verdad es que se convertía en crónica y violenta.
Una vez tomado asiento, se bebían su café y encendían su primer cigarrillo; dos rituales que les servían para aclararse y despejarse la garganta y… hasta la mañana siguiente, en la que de nuevo volvían a sufrir tosiendo. ¡Qué le vamos a hacer, así lo recuerdo! ¡Era repugnante! Sin embargo ellos estaban listos para configurar de nuevo el físico y activar el carisma, siempre con humildad, convirtiéndose en supervivientes, pues como dice la propiedad conmutativa del producto: “El orden de los factores no altera el resultado”. Todo estaba oculto bajo una oscura apariencia serena, como la de un parado. Ya estaban listos para iniciar un nuevo día con su sobrecarga de falso orgullo tangerino, no necesitaban ayuda ninguna. Lo infame es que ellos desconocían, por completo, que estaban malgastando un valioso tiempo y –lo que es peor aun- el de lo demás.
Me acuerdo, en mis paseos por el casco antiguo, de aquellos energúmenos que se despertaban con caras desencajadas, con un cabreo de mil demonios y en los que no había el menor atisbo de una sonrisa amable. Deambulaban tosiendo, con aspecto crispado como zombis, en busca de un asiento en alguno de sus asiduos cafés. Hoy en día se les recomendaría que, con urgencia, acudieran al médico ya que esa tos podría ser síntoma de problemas de salud. Las causas probables de aquella tos irritante, aunque yo no soy médico ni tan siquiera conocedor de la materia, podrían ser infecciones virales, asma, enfermedades nasales, problemas estomacales y esofágicos, cambios térmicos bruscos de la climatología, consumo excesivo de tabaco, las bien conocidas pipas de la paz o, lo más seguro, los magníficos canutos súper cargados de la noche anterior….
A veces, el toser y toser sin tregua llegaba a convertirse en un gesto poco educado e incorrecto. Su frecuencia lo convertía en repugnante e incomodo para los presentes. A veces, iban acompañados de esputos y escupitajos desagradables. Se sacaban las flemas y gargajos, como por fuerza y pura necesidad, del fondo de sus pechos. ¡Horrible! Yo me pregunto, ¿cómo un reflejo involuntario del que desconocemos su causa puede llegar a ser tan molesto? Aquella tos se prolongaba en el tiempo, y sus sufridores le restaban importancia llegándose a acostumbrar a ella y convirtiéndola en un diario ritual matutino, pero la verdad es que se convertía en crónica y violenta.
Una vez tomado asiento, se bebían su café y encendían su primer cigarrillo; dos rituales que les servían para aclararse y despejarse la garganta y… hasta la mañana siguiente, en la que de nuevo volvían a sufrir tosiendo. ¡Qué le vamos a hacer, así lo recuerdo! ¡Era repugnante! Sin embargo ellos estaban listos para configurar de nuevo el físico y activar el carisma, siempre con humildad, convirtiéndose en supervivientes, pues como dice la propiedad conmutativa del producto: “El orden de los factores no altera el resultado”. Todo estaba oculto bajo una oscura apariencia serena, como la de un parado. Ya estaban listos para iniciar un nuevo día con su sobrecarga de falso orgullo tangerino, no necesitaban ayuda ninguna. Lo infame es que ellos desconocían, por completo, que estaban malgastando un valioso tiempo y –lo que es peor aun- el de lo demás.
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