No creo que Humphrey Bogart fuera consciente, cuando rodaba Casablanca en los estudios de hollywood, en que espacio exacto del globo se desenvolvía aquella inmortal y heroica historia. Era una desvergonzada propaganda bélica norteamericana de los años cuarenta. Era la desfachatez y la libertad de equivocarse. Y como premio dos oscars de las ocho nominaciones que tuvo la película. Eso lo que se llama auto-regalarse. Políticamente hablando, aquella aventura transatlántica nunca pudo suceder en Casablanca porque era protectorado de Francia, de Vichy en Marruecos. Ni tampoco pudieron coexistir aquellos protagonistas tan dispares que frecuentaban el rick's bar: mangantes, traperos, contrabandistas, clandestinos, conspiradores, golfos, tramposos, espías, militares e incluso nazis, entre otros.
Tánger, entonces, estaba gobernada por España; de esa “nueva España” implantada por Francisco Franco. Era el Tánger de la riquísima Bárbara Hutton, representante de honor del reflejo del poderoso glamour. Era lugar de encuentro de mil culturas diferentes, y espacio de convivencia de tres religiones. En Casablanca, nunca podía haber existido Rick (Humphrey Bogart) ni nadie que se le pareciese. Los dólares se cambiaban sólo en el zoco chico de Tánger, entre puestos de hortalizas, legumbres, frutas, té moruno y humo de kif. Y todos aquellos personajes transitaban, traficaban y se confabulaban en aquella memorable ciudad. Casablanca es una historia y una película poco realista que tenía poco que ver con aquella época, con aquel puerto y con aquel aeropuerto. Sólo y únicamente podía ocurrir tal historia en Tánger; incluso cuando se estrenó el largometraje “Casablanca”, por primera vez, en la mismísima ciudad que lleva su nombre, ni los críticos cinéfilos, ni los historiadores marroquíes, ni la gente de la vieja usanza,… podían ubicar y relacionar la puesta en escena con el estado social, urbano y político de la ciudad de Casablanca.
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