martes, 21 de octubre de 2008

DAÑOS COLATERALES.

Hace poco me topé con un hecho inaudito: la detención en el puerto de Algeciras de dos ciudadanos marroquíes, residentes en España, que viajaban con destino a Tánger en una furgoneta cargada con placas solares de las que no podían justificar su procedencia. ¡Demonios! ¿Adónde vamos a llegar? Tiene que haber un mercado al otro lado del charco para todo tipo de artilugios. Seguramente habrá talleres de energía solar con su mecánica, chapa y pintura. Habrá escondrijos y chabolas donde almacenar mercancías tan delicadas. Pasa lo que pasa, el tránsito de los inmigrantes desde Europa al otro lado del estrecho, en verano, se convierte cada año en una rutina hacia la búsqueda de un poco de felicidad junto a sus seres más queridos y, al mismo tiempo, volver a pisar el terruño que les vio nacer y, posteriormente, partir. Vuelven al volante de sus vehículos cargados de regalos e infinidad de artículos y productos, en su mayoría dispares y diversos, a sus aldeas y ciudades de nacimiento. Coches despampanantes, furgonetas y monovolúmenes, etc. surcan las carreteras en dirección a Algeciras. Para muchos europeos el paisaje le resulta a veces muy extraño y nada comprensible, preguntándose por qué esas criaturas viajan tan sumamente repletas de equipajes. Cada año este fenómeno se conoce con el apelativo "Operación Paso del Estrecho". Una asombrosa, continua e incesante marea humana cruza el estrecho de Gibraltar, dejando atrás la frontera española, adentrándose en territorio marroquí cargada tanto de ilusiones y esperanzas, como de armatostes, artilugios y encargos para la familia, amigos y, especialmente, para los comerciantes de los hipermercados al aire libre. Al fin y al cabo la ruta por carretera es muy larga y se hace peligrosa.

Allí en esos mercados, dentro o fuera de las urbes, en constante agitación, se levanta un verdadero hervidero de comercios y tenderetes de compraventa feroz y salvaje donde una lista interminable de productos se mezclan: nuevos, seminuevos, usados, de segunda mano y hasta de contrabando. Allí, en esos crecidos mercados, se levantan durante los 365 días del año tiendas y puestos ambulantes donde se puede encontrar desde todo lo relacionado con la electrónica, lavadoras o frigoríficos de segunda o tercera mano, hasta plataformas y televisiones digitales o ventiladores radiadores, pasando por el último grito de telefonía móvil (terminales libreados, claro está) y tarjetas de prepago de cualquier compañía; tampoco faltan las malditas antenas parabólicas así como una extensa exhibición de muebles, de antigüedades, de objetos de arte, de ropa de marca o falsificada, de piezas de repuestos para vehículos, etc. etc. etc. Allí todo es legal e ilegal al mismo tiempo, todo está tolerado, pero también todo está vigilado. Nunca hay que preguntar ni cómo ni por qué. Es la culminación de una verdadera puesta en escena de un gran mercado libre. Se trata de todo un baratillo gigante donde se compran y se venden mercancías llegadas desde los mercados europeos, de forma dudosa o ilegal. Mercados donde los compradores, la mayoría jóvenes, buscan los artículos occidentales, los soñados productos electrónicos de última generación y, por supuesto, el ultimo modelito de ropa de “marca”.

Ésta economía atípica, por su forma devoradora de implantación, se parece un poco a una especie de mercado de segunda mano de reciclaje inconsciente. Algunos van muy lejos y lo califican de basurero, pero en realidad se trata de una declarada e injusta economía sumergida, de una economía que se muerde la cola, de una economía donde participan inmigrantes, comerciantes, grandes almacenistas, transportistas, agentes portuarios...Todos se dedican, trabajan y viven de eso. Se trata de llenar estos mercados con todo lo que pillan. En definitiva, el epígrafe fiscal de cargar la furgoneta, por parte de inmigrantes residentes, ocho o nueve veces al año hasta la bandera y cruzar “ LA CALLE DEL AGUA”, sólo falta registrarlo y darlo de alta en la hacienda publica.

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