LA MEDINA DE TÁNGER.
Las Medinas deben ser declaradas patrimonios de la humanidad. Cualquier Medina se distingue por su peculiar primer impacto, por sus olores y aromas, por sus calles estrechas que forman exclusivos laberintos y por su breve luz celestial. Cualquier Medina se distingue por las miradas indescifrables de sus transeúntes y por sus casas que se elevan hasta casi unirse. Cualquier medina se distingue por incitar la curiosidad y por ser el objetivo constante de las instantáneas fotográficas. Cualquier medina se distingue por sus inquilinos desconfiados y pícaros que creen que los visitantes les están robando poco a poco sus almas. Cualquier Medina se distingue por estar amurallada con varias puertas de acceso. Cualquier Medina se distingue por la aparición de la nada de niños y vendedores ambulantes. Cualquier medina se distingue por la multitud de bazares y tenderetes que inducen a la compra, basada inefablemente en la vieja práctica del regateo. En fin, en su entrañas debatir el precio de un artículo puede llegar a ser un arte. Así ocurrió, hasta el día de hoy, en los mercados y zocos de las Medinas.
El arte de regateo en una medina es una forma de comercio diferente y auténtico, es una práctica casi obligada, es un intercambio de contraofertas, es como él coqueteo o el ligoteo y es, indudablemente, un juego ambiguo del entendimiento. En el regateo se emplean los gestos, es una forma de comunicarse, es como una conquista amorosa donde la clave está en el sentido del humor y el buen rollo que marca cada uno de los contrincantes: vendedor y comprador. El regateo es un mercadeo muy peculiar, es un trato que tiene reglas y códigos propios. El regateo es un querer de conquistar. El regateo va en paralelo con el placer de negociar y va mas allá de un simple intercambio económico. En el regateo el valor del artículo es relativo y nunca el mismo, no existen indicadores comerciales ni precios fijos. El Regateo no es un reclamo, no es pedir tampoco un descuento y no es un trueque. Claro está que todos nos ponemos contentos cuando pagamos menos, pero el regateo es mucho más que eso. Es una disciplina que tiene tres fases principalmente: la primera sería una puesta en escena teatral, la segunda fase sería la argumental y la última pura matemática. El regateo es una disciplina donde se mezclan la firmeza y la convicción, el ingenio y la picardía, e incluso el amague del abandono. El regateo es divertido y apasionante. Es una oportunidad.
No se regatea con alguien, se regatea contra alguien. El regateo es una lucha feroz por conseguir el máximo beneficio. Hablando con propiedad se regatea el precio y no el producto. Regatear no tiene nada que ver con el timo, ni con la coacción, ni con el enfado y la indignación, ni con la confusión y la presión, ni con la incomodidad y la violencia. El regateo debe ser la pura expresión del reflejo de alguna de las fibras más profundas de la cultura tradicional que despierte la fascinación y la atracción de los viajeros y les recuerde que, en los tiempos remotos, entre todos los mercaderes se usó la práctica del fenómeno milenario del “Regateo”. Yo entiendo que el regateo forma parte de la vida cotidiana de Marruecos, como también ocurre en la mayoría de los países árabes. En él solo las palabras sirven para sellar el trato. Es imposible atravesar la medina, entre ese baño de gentes, y no tener la tentación de descubrir la otra dimensión de las reglas convencionales de los mercados, el regateo.
Allí, Hay ritmo, hay un orden mágico, percibes una vibración que te embarga. La gente no corre, ni casi anda, sino que simplemente se desplaza. El regateador debe aprender que comprar no siempre es cuestión de dinero sino que, en muchas ocasiones, se trata de tiempo, paciencia, imaginación y astucia. Un antiguo refrán marroquí dice "quien tiene prisa está muerto". Debes conservar siempre el buen humor, tener argumentación para todo tipo de estrategias, saber que el buen regateo termina siempre en un pacto entre caballeros y que el hábil comerciante jamás aceptará un precio sin margen de ganancia.
El arte de regateo en una medina es una forma de comercio diferente y auténtico, es una práctica casi obligada, es un intercambio de contraofertas, es como él coqueteo o el ligoteo y es, indudablemente, un juego ambiguo del entendimiento. En el regateo se emplean los gestos, es una forma de comunicarse, es como una conquista amorosa donde la clave está en el sentido del humor y el buen rollo que marca cada uno de los contrincantes: vendedor y comprador. El regateo es un mercadeo muy peculiar, es un trato que tiene reglas y códigos propios. El regateo es un querer de conquistar. El regateo va en paralelo con el placer de negociar y va mas allá de un simple intercambio económico. En el regateo el valor del artículo es relativo y nunca el mismo, no existen indicadores comerciales ni precios fijos. El Regateo no es un reclamo, no es pedir tampoco un descuento y no es un trueque. Claro está que todos nos ponemos contentos cuando pagamos menos, pero el regateo es mucho más que eso. Es una disciplina que tiene tres fases principalmente: la primera sería una puesta en escena teatral, la segunda fase sería la argumental y la última pura matemática. El regateo es una disciplina donde se mezclan la firmeza y la convicción, el ingenio y la picardía, e incluso el amague del abandono. El regateo es divertido y apasionante. Es una oportunidad.
No se regatea con alguien, se regatea contra alguien. El regateo es una lucha feroz por conseguir el máximo beneficio. Hablando con propiedad se regatea el precio y no el producto. Regatear no tiene nada que ver con el timo, ni con la coacción, ni con el enfado y la indignación, ni con la confusión y la presión, ni con la incomodidad y la violencia. El regateo debe ser la pura expresión del reflejo de alguna de las fibras más profundas de la cultura tradicional que despierte la fascinación y la atracción de los viajeros y les recuerde que, en los tiempos remotos, entre todos los mercaderes se usó la práctica del fenómeno milenario del “Regateo”. Yo entiendo que el regateo forma parte de la vida cotidiana de Marruecos, como también ocurre en la mayoría de los países árabes. En él solo las palabras sirven para sellar el trato. Es imposible atravesar la medina, entre ese baño de gentes, y no tener la tentación de descubrir la otra dimensión de las reglas convencionales de los mercados, el regateo.
Allí, Hay ritmo, hay un orden mágico, percibes una vibración que te embarga. La gente no corre, ni casi anda, sino que simplemente se desplaza. El regateador debe aprender que comprar no siempre es cuestión de dinero sino que, en muchas ocasiones, se trata de tiempo, paciencia, imaginación y astucia. Un antiguo refrán marroquí dice "quien tiene prisa está muerto". Debes conservar siempre el buen humor, tener argumentación para todo tipo de estrategias, saber que el buen regateo termina siempre en un pacto entre caballeros y que el hábil comerciante jamás aceptará un precio sin margen de ganancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Le agradecemos de antemano su aportación.