domingo, 21 de diciembre de 2008

LOS MISERABLES.

¿Cuántas veces hay que pedir la cuenta, vulgarmente “la dolorosa”, del pasado a los presuntos culpables? Hace tiempo que están juntitos, de la mano, los dos dueños: él de la parcela y él del inmueble. Se eligió este espacio porque era el más romántico. Eran tiempos de hambre, de muchas movidas y, sobre todo, de modernidad.
Durante las representaciones, los espectadores disfrutaban con todo lo que se ofrecía delante, en los platós. Todo en su punto: los ojos, los labios,… que te ponían los vellos de punta... De pronto, un día todo se tuerce. Fue un revés duro y estúpido para la cultura, y es inútil tratar de saber por qué. Tranquilos los dueños del solar nunca se atrevieron a pedir el libro de reclamaciones. Disimulan, pregonan que no es culpa de nadie, y de que no es el momento de pedir cuentas, ni de reprocharse cosas uno a otro.

Gran Teatro Cervantes de Tánger.
Después de un silencio larguísimo, con tintes de una riña familiar, en la majestuosa fachada del edificio sigue, a pesar de los pesares, asombrosamente, escrito con letras enormes “GRAN TEATRO CERVANTES”. Un edificio emblemático, con aspecto deteriorado, pero con aires de esplendor y rasgos de burguesía. Un cementerio de sueños, patrocinado con gusto de acuerdo con la época. Ahora su exquisita arquitectura se derrumba, los males mortales que lo aquejan: la humedad y el abandono, han hecho mella en su estructura. Hace frió, dentro seguro que hay escombros y ratas campando a sus anchas. El riesgo roza la extinción y su lamentable estado la ruina y el derrumbe. Un náufrago a la deriva, pero bautizado con nombre de un de los padres de la literatura española. ¡Qué miserables se tienen que sentir tanto los inquilinos como los propietarios! Yo no tengo nada parte ninguna en el asunto y, sin embargo, me siento agobiado. Debemos dejar de comportarnos erráticamente y encontrar nuestra pareja. Este edificio era, y sigue siendo, propiedad de una España privada que actuó entonces sin apariencias políticas, propiciando que por su estrado desfilaran, desde que se inauguró en 1913, los grandes de la opera y de la copla. Era una España suavizada y fracasada, pero empeñada en no perder sus inevitables reseñas folklóricas. Tánger era cosmopolita y moderna, era un enclave perfecto.

De momento, unos seis millones de euros de los fondos europeos, a través de la junta de Andalucía, buscan el rastro perdido y el consuelo de la memoria, tratando de salvarlo. Hay mucha tela que cortar, se deben tener los ojos bien abiertos, pues los dineros siempre provocan malas tentaciones. Desde luego, la idea de su recuperación es respetable y necesaria. Probablemente, seguirán otros fondos, ¿quién sabe si unos cuántos millones más?, destinados a su recuperación y transformación. Ha vivido de espaldas a la cultura muchos años, según atestiguan sus viejas y desconchadas paredes, pero ¿se trata de derrochar un dineral para recuperar sólo sueños?, yo creo que no. Es necesario buscarle algún sentido a todo esto. Debemos recordar lo miserable que fuimos y no debemos caer en la misma trampa y concebir una reconstrucción hipócrita.

Pero, y nadie se quiere dar cuenta de ello, el entorno está también altamente degradado, los edificios colindantes y los solares están en un estado de ruina casi absoluta tras décadas de olvido y dejadez, también requieren de una importante inversión. Es absolutamente necesario lavarles la cara, sucia desde hace muchos años.
El hecho de que el Teatro Cervantes de Tánger vaya a ser rehabilitado no debe impedirnos ver la realidad. Su futuro no debe quedar en un espejismo y una simple visión de un majestuoso -porque lo es- edificio. Sería muy doloroso que se gastase tanto dinero para luego, simplemente, mantenerlo con la cara lavada, pero cerrado. Hay que evitarlo preveiendo y, si fuera necesario, rebuscando recursos suficientes para ponerlo nuevamente en funcionamiento. Hay que impedir que se convierta en una patata caliente. Este matrimonio de conveniencia debe proyectar la posibilidad de un uso cultural continuado. Mientras el Gran Teatro Cervantes de Tánger sigue en coma, su corazón continúa palpitando, lentamente, y los espectadores quedan con la nariz apretada contra el escaparate, soñando...Yo, seguro no iré al cóctel de inauguración, pero sí que aspiro a poder un día elegir, y pagarme mi propio asiento para una función teatral, musical, o para cualquier otro evento cultural al que Tánger, como gran ciudad y referente histórico del arte, se merece.

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