Estos días salta la noticia, la iniciativa no es nueva, sólo se revisa y se actualiza: la Junta de Andalucía planea construir, seguramente con fondos comunitarios de ayuda, en el norte de Marruecos seis centros para menores que albergarían a niños procedentes de las zonas rurales del interior del país o incluso de otras zonas subsaharianas, que hayan sido interceptados por las autoridades marroquíes en su intento de alcanzar las costas europeas. Para niños que han visto frustrada su emigración por parte de la policía marroquí, no para los “retornados” ni para los deportados por las autoridades españolas. Las comarcas están seleccionadas: Tánger, Tetuán, Chaouen y Mellousa. Las instalaciones tendrían la tipología de albergues, que actuarían como centros de acogida. Entre los objetivos que se pretenden se encuentra el colaborar con el gobierno marroquí para la protección de la infancia, para la rehabilitación y la reinserción de estas criaturas a través de un programa de formación, dirigido a educadores e intermediarios culturales. En definitiva luchar de forma integral contra la emigración clandestina.
La Junta de Andalucía obtuvo, de una forma convincente y sin dudarlo, el compromiso de Marruecos para agilizar los expedientes de reagrupación familiar de los “retornados”, lo que sin duda se me antoja una misión casi imposible. Desde entonces casi mil expedientes de niños permanecen a la espera del visto bueno de las autoridades marroquíes, bajo la excusa de la imposibilidad de localizar a los padres. La pescadilla, obviamente, acaba mordiéndose la cola. Una problemática que radica en las competencias de unos y otros, en la desconfianza respectiva y, fundamentalmente, en una transacción con puro carácter de intereses económicos. El presupuesto no da para más. Un trabajo a medias tintas. ¡Por el amor de Dios, estos hijos anónimos y sin derechos deben estar en algún sitio!, cueste lo cueste su acogimiento y su educación. Son menores inocentes y desprotegidos. Es un crimen jugar con su integridad.
Lo que está pasando me recuerda al fenómeno de la esclavitud imperialista. Entiendo que los hechos se presentan intransigentes. Debemos enmascarar la propia naturaleza de la democracia. Hemos de tener en cuenta el verdadero significado del desenlace de esta huida migratoria, opuesta al carácter y a los propios principios de su pueblo natal. Por más que se quiera cerrar los ojos a la realidad de estos menores ha quedado demostrado que, cuando el intercambio de actuaciones se perfila como chantaje, o como trueque, o bien interfiere en los objetivos económicos, la libertad de estos niños indefensos queda seriamente dañada.
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