“Tánger, una ciudad fuera de la geografía, suspendida entre la tierra y el mar. Una novela libertina. Un poema escandaloso, místico. Una prisión sin barrotes a la que van a parar los decepcionados, los traidores, los desgraciados” (Abdelà Taïa).
Me han llegado las ultimas crónicas de Tánger, disculpen la tardanza es ajeno a mi voluntad. Mogollón de antros y garitos proliferan por la ciudad, y sus asiduos clientes se reduplican. Luces de Neón, letreros estrambóticos venidos de fuera. Los establecimientos se instalan en cualquier parte de la urbe moderna y, especialmente, en su magnífico paseo marítimo, algunos incluso metidos casi en la dorada arena del mediterráneo. A veces sus puertas están abiertas a plena luz del día, como si funcionaran en sesión “matinée”. Para acceder hay que pasar el correspondiente control: dos gorilas humanos, de casi dos metros de altura cada uno, sujetan sendos detectores de metales manuales con los escanean a todo el mundo antes de que entren en el local; se trata de establecer medidas de seguridad y de prevención a posibles atentados. En muchas ocasiones a estas medidas se les suma un poli, por si acaso estalla algún conflicto. Y todo bajo la mirada extrañada e impotente del ojo musulmán. Se lo aseguro.
En principio, conviene dejar claro que casi todos los clientes son selectos y con derecho de admisión. La copa vale “un huevo” en relación con los míseros sueldos de la clase media, pero aún así todos los garitos están llenos hasta la bandera. Imagino que en semejantes locales de perdición habrá algo interesante que ver, y no me refiero a los raperos hijos de nuestros inmigrantes, sino algo especial, distinto y atrayente que haga perder la cabeza a tanta gente.
Diariamente las instantáneas son chocantes, nada mas bajar las malditas escaleras te topas con que toda la barra está ocupada. Un bullicio asfixiante. Dicho en otras palabras, este es un recinto virtual en el que tienen cabida todas las edades, no hay perjuicios, cada uno a su bola, muchos despistados,... ¿Alcohol? A gogó, todo el que quieras, siempre que lo pagues o te lo paguen, que también puede ocurrir. Dentro nadie te controla, tienes la sensación que estás en otro lugar, bastante lejos de tus allegados y de aquella mirada crítica e irritada que te espera fuera. Dentro, las pantallas de plasma adornan e iluminan las pistas de baile, se aspira un aire “Cool”, las chicas Streppers, ligeritas de ropa, rozan el baile erótico, y los DJ tienen pinta de haber nacido en otra galaxia y, a toda leche, te mezclan pasmosamente los ritmos orientales con los occidentales. Pecados virtuales, atmósfera surrealista, nadie se siente ofendido, las bocas están cerradas, lo que pasa dentro es “Top Secret”. Al día siguiente, ni una palabra, nadie está equivocado. De poco vale que el gran hermano musulmán te mire fijamente.
Las flores del deseo nunca faltan, los dólares hacen que la primavera dure una eternidad. Están lujuriosas con aspecto carnal de lujo, unas lo logran y otras pretenden serlo, increíblemente, al mismo tiempo, embellecidas con el calificativo de analfabetas. Se visten “horteramente” sexys, con modelitos de marca, luciendo un maquillaje hortera y excesivo, y siempre mirando en falso y con astucia a los guiris mas maduritos. Algunas bellas damas no dudan en sacar, para presumir, sus móviles de última generación. Todos están compinchados: los camareros, los taxistas, los porteros, los recepcionistas de hoteles,…
Estamos en realidad en lo que se llama vulgarmente un local nocturno, nada de surrealismo, todo parece legal y protegido. Se trata de un negocio de ocio, de una atracción de la noche, de ambiente con tintes de exotismo,... Son crónicas de Tánger, el espectáculo esta servido. Aquí tenéis este terrible relato de un fenómeno que ha calado demasiado. ¡Bendito sea el Creador! Pecadores por la noche y santos de día. No hablo de oídas sino por experiencia propia. Yo no pillé aquellos golfos de la Edad de Oro. Cada uno de ellos era señor de su estilo y de su género, pero siempre, sobre todo, con clase y con la cabeza bien llenita. Compruebo a mi alrededor, pero ya no queda nadie, intento olvidar y empezar de nuevo.
En principio, conviene dejar claro que casi todos los clientes son selectos y con derecho de admisión. La copa vale “un huevo” en relación con los míseros sueldos de la clase media, pero aún así todos los garitos están llenos hasta la bandera. Imagino que en semejantes locales de perdición habrá algo interesante que ver, y no me refiero a los raperos hijos de nuestros inmigrantes, sino algo especial, distinto y atrayente que haga perder la cabeza a tanta gente.
Diariamente las instantáneas son chocantes, nada mas bajar las malditas escaleras te topas con que toda la barra está ocupada. Un bullicio asfixiante. Dicho en otras palabras, este es un recinto virtual en el que tienen cabida todas las edades, no hay perjuicios, cada uno a su bola, muchos despistados,... ¿Alcohol? A gogó, todo el que quieras, siempre que lo pagues o te lo paguen, que también puede ocurrir. Dentro nadie te controla, tienes la sensación que estás en otro lugar, bastante lejos de tus allegados y de aquella mirada crítica e irritada que te espera fuera. Dentro, las pantallas de plasma adornan e iluminan las pistas de baile, se aspira un aire “Cool”, las chicas Streppers, ligeritas de ropa, rozan el baile erótico, y los DJ tienen pinta de haber nacido en otra galaxia y, a toda leche, te mezclan pasmosamente los ritmos orientales con los occidentales. Pecados virtuales, atmósfera surrealista, nadie se siente ofendido, las bocas están cerradas, lo que pasa dentro es “Top Secret”. Al día siguiente, ni una palabra, nadie está equivocado. De poco vale que el gran hermano musulmán te mire fijamente.
Las flores del deseo nunca faltan, los dólares hacen que la primavera dure una eternidad. Están lujuriosas con aspecto carnal de lujo, unas lo logran y otras pretenden serlo, increíblemente, al mismo tiempo, embellecidas con el calificativo de analfabetas. Se visten “horteramente” sexys, con modelitos de marca, luciendo un maquillaje hortera y excesivo, y siempre mirando en falso y con astucia a los guiris mas maduritos. Algunas bellas damas no dudan en sacar, para presumir, sus móviles de última generación. Todos están compinchados: los camareros, los taxistas, los porteros, los recepcionistas de hoteles,…
Estamos en realidad en lo que se llama vulgarmente un local nocturno, nada de surrealismo, todo parece legal y protegido. Se trata de un negocio de ocio, de una atracción de la noche, de ambiente con tintes de exotismo,... Son crónicas de Tánger, el espectáculo esta servido. Aquí tenéis este terrible relato de un fenómeno que ha calado demasiado. ¡Bendito sea el Creador! Pecadores por la noche y santos de día. No hablo de oídas sino por experiencia propia. Yo no pillé aquellos golfos de la Edad de Oro. Cada uno de ellos era señor de su estilo y de su género, pero siempre, sobre todo, con clase y con la cabeza bien llenita. Compruebo a mi alrededor, pero ya no queda nadie, intento olvidar y empezar de nuevo.
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