Actores inéditos y personajes curtidos en mil batallas: un escenario irrepetible. Espectadores de todo el mundo, cuentos casi irreales, recuerdos que matan... Parece que fue ayer: una ciudad, un lugar, un Zoco chico,… así fue bautizado aquel teatro universal. Su discurso ambiguo, fruto de los desengaños y de los errores comunes, ha llamado la atención a miles de curiosos. Abierto día y noche, la mayoría de sus establecimientos han prescindido de puertas. Un ambiente melancólico, tertuliano, extravagante, gracioso y al mismo tiempo serio, riguroso, tranquilo, sin prisas ni grandes agobios de tiempo.
Algunos momentos de esta obra teatral evocaban atmósferas de lo absurdo, otros más allá dividieron la frontera de las camas matrimoniales, y otros se encapricharon por sobrepasar los imites de las normas de convivencia. Más de uno se rebeló, ojo con disciplina, contra sus padres. Más de un disparate, desplazados de múltiples lugares del planeta se quedaron a vivir cautivos de su encanto. El Zoco chico fue una historia teatral de vidas independientes narradas a base de relatos escritos y de cuentos orales.
La ciudad de Tánger fue escenificada y reflejada diariamente en el Zoco chico. Un tiempo, momentos soñados e imaginados. Más de una vez me he visto en el centro de aquel escenario, casi sin darme cuenta. Fue una pequeña y casi diminuta e intrascendente plaza rectangular llamada también Le Petit Zocco; insignificante a primera vista pero llena de felicidad y pasibilidad, de colores y sonidos, y con un carácter cosmopolita puro. Una plaza comprimida y reducida pero muy célebre en su época. Fue un verdadero centro comercial y cultural, moderno y atrevido, también se utilizó como foro de cuenta cuentos y fábulas. Una plaza distraída y cómplice en la que miles de tratos y de operaciones secretas, algunas de gran relevancia, se fraguaron en las mesas de sus cafés. En ella actuaron, como auténticos actores teatrales, numerosas empresas clandestinas: import/export, fletes de contrabando, transacciones monetarias y desembarcos nocturnos… No faltaron en tan emblemático lugar los amores cómplices, las actuaciones secretas, los diplomáticos solitarios, las historias de intriga del séptimo arte, los espíritus encendidos, los seres noctámbulos, las tentaciones carnales, los especuladores profesionales, los fugitivos y mercenarios y, por supuesto, los poetas y bohemios. Aquí, cada noche y cada día, llegaba aquella fauna de “altostanding”, visible por su elegancia, a actuar por sus contornos.
Fue alma y corazón de la ciudad. Una plazuela que fue el símbolo de la distinción y originalidad. Fue centro neurálgico de bulliciosa actividad comercial matutina por sus bancos, oficinas de correo, delegaciones extranjeras y otras instituciones oficiales. Fue un lugar de peregrinación de fieles sentimentales. Aquí, todo el mundo encontraba a todo el mundo, en ella multitud de idiomas y dialectos se entremezclaban. Fue umbral, refugio y retiro de oriente para los europeos. Las noticias llegaban y se repartían con una rapidez endiablada. Es una plaza muy sensible y en ella se refleja el paso del tiempo tanto como en el rostro de una persona. Si te fijas puedes notar alegría, tristeza, cumbre, fracaso, soledad, amor, desamor,… Aquí fue forjándose, año tras año, la verdadera historia de Tánger. Por aquí desfiló, un día de marzo de 1905, con el paso arrogante de la imperial cabalgata, Guillermo II de Alemania durante su histórica visita.
FOTO. VISITA DE GUILLERMO II A MARRUECOS DURANTE LA PRIMERA CRISIS MARROQUI CON FRANCIA; RESUELTA EN LA CONFERENCIA DE ALGECIRAS 1906.
Yo adivino su paradero. Sus luces a lo lejos van marcando el retorno de mis recuerdos y van alumbrando mis horas de dolor. Sabiendo, pero negándome a admitir, que no es posible el regreso a aquella plaza, al menos que se repita lo pasado. Actualmente, la plaza está muy inquieta y en ella el eco burlón le ha dado vida, ha vuelto a mirar las estrellas con indiferencia, hoy no va volver. Volver, la plaza esta marchita, el tiempo lo borró casi todo. Sentir que aquel soplo de la vida ya no es nada. ¡Qué febril es la mirada atrás! No te busca ni te nombra. Vivir con la sombra del pasado y la dulzura del recuerdo. Lloro otra vez y al mismo tiempo tengo la esperanza del reencuentro, de volverte a ver. No tengo miedo de enfrentarme a mi vida, ni a mi sueño, pero como auténtico viajero, tarde o temprano, voy y me detengo en el Soco Chico, miro al cielo rezando para que el olvido no lo destruya del todo y para que no desaparezca mi vieja ilusión, mi humilde esperanza y toda la fortuna de mi corazón. Quiero volver con la frente muy alta. Volver.
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