Ese hombre, cualquiera de ellos, había tocado fondo en su sueño y en su patria. Todo se le ha venido encima. Las puertas cerradas de par en par, pero de pronto surge una chispa, una señal divina que le ilumina el horizonte: en su antena parabólica vio el derroche de los decorados y de cómo se regala un montón de dinero a gente anónima en los concursos televisivos, y se imaginó a él fregando platos en el mundo de los elegidos. Su primo le juró que en un año podría adueñarse de un BMW, de segunda mano, claro. La grandeza del ser humano consiste en que somos capaces de lo mejor y de lo peor. Quiero dejar claro, y destaco, el hecho de que por arte de magia, al fin y al cabo, nos protegen y nos aconsejan gente que conocemos y pasamos olímpicamente de la forma en que lo hacen.
Aquel ser semejante a cualquiera de nosotros, ha dejado detrás los zocos, los mercadillos colmados de gente, su niñez, sus calles y su gente para hacer su primer viaje y no precisamente a Lourdes, sino hacia una nueva y peligrosa existencia. Haciendo el triple de lo posible, pues se trata de un viaje no al alcance de todos, se embarcan en un crucero en cuya oferta se incluyen demonios que hay que vencer. Todos sus ahorros en manos de mafiosos que se pasean a sus anchas en las dos orillas. Un viaje caro y espantoso. No hay control de pasaportes ni existen los puestos fronterizos. Una forma de viajar oculta y absurda. Llegan siempre por la noche, en medio de la más absoluta oscuridad, de una travesía angustiosa: ¡toda una odisea! El precio del pasaje es abusivo. Los ojos siempre dilatados y llenos de miedo, la piel mojada, temblando de frío. A punta de pistola les obligan, lejos de la tierra, a echarse al agua. No hay vuelta atrás, entre una mezcla de fuerza y de coraje descomunal, corren a la orilla sin mirar atrás, y por supuesto sin cobardía.
Y ahí estaba el otro mundo, el mundo de las azafatas, de los concursos de la paradisíaca pantalla y del BMW cañero y macarrero. A salto de mata, con secuelas del pasado, hablando a penas su propio dialecto o idioma, con hombros caídos y brazos tendidos, nuestro protagonista va de nada a ninguna parte. Para comer un plato caliente va saltando obstáculos. No quieren dejarlo subir. A menudo dicen algo ofensivo hacia él. A veces se lía a puñetazos por defender su identidad. Probablemente se podía haber quedado sumergido en altamar y jamás volveríamos a verlo. Yo le deseo suerte y le doy mi bienvenida. Se lo merece. Hay que recibirlo no como villano sino lanzándole en su camino pétalos de flores como a un héroe de guerra.
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