El pasado Junio, pase unos días en Tánger, en la ex calle Velázquez. En pleno mundial de Brasil.
“Todos los días, subiendo y bajando la cuesta observo a pocos metros de mi portal a un señor sentado de espaldas al Bulevar Pasteur repartiendo con discreción folletos a todo el que se le acerca. Todos los días, con la misma Djelaba de rayas y con una cesta de mimbre llena de papeles. Es difícil verle el rostro entero. No es para preocuparse. Todos sus ilustres visitantes con aspecto de preocupados son gente común y corriente, y no tienen pinta de molestar a nadie. Todos llevan un bolígrafo en la mano. Muchos se ponen a leer el folleto fijamente, otros se dedican a escribir en él. Lo más intrigante es que nadie conoce a nadie, no se dirigen ni el saludo. No parece un negocio, ni una historia rara, ni un acto delictivo. Sigo sin entender nada, y todos los días lo mismo. Solo cabe ver y callar.
Una tarde, entro a tomar café en la cafetería colindante con mi portal y cuyo nombre no recuerdo. Mi primera impresión; la cantidad exagerada de sillas y mesas. Nada más que hombres y todos sujetando un bolígrafo y un folio. La única mujer dentro es la limpiadora. Tres gigantes televisores cada uno en una esquina. Unos grandes ventanales al fondo con unas vistas espectaculares de toda la bahía de Tánger, parte de la Medina, el Hotel MInzah, el puerto y la enorme playa. Todos de espalda al paisaje y pendientes de los televisores.
Busco una mesa para sentarme, hay varias libres pero encima de cada silla un folleto, parecido a los de aquel hombre misterioso de la Djelaba de rayas. Retiro el folleto de una silla, cojo asiento y pido un café. Le echo una ojeado al escrito pero sin enterarme de nada, es una especie de documento Excel, lleno de números y nombres propios. Lo dejo encima de la mesa. De repente entran por la puerta un grupo de personas y me dicen que la mesa está reservada con los folios de cada silla. Pido disculpas y paso a la mesa de al lado. Poco a poco aquello se llena de gente, todos con bolígrafo y folleto en mano, el camarero sintoniza los tres televisores y con un hipódromo quién sabe de qué país. En este momento todo me encaja, se trata de apuestas hípicas, los folios son los boletos y los presentes son los apostantes. Desconozco las reglas del juego. El espectáculo finalizo en menos de cinco minutos justo el tiempo que duro la carrera de caballos. Tiran los papeles al suelo y la mayoría con cara de pocos amigos abandona la cafetería sin más. La limpiadora entra en acción. Solo cabe ver y callar.”
Cualquier juego que sea por dinero y que tenga un elemento del azar es ilícito en el islam. El Corán clasifica a los juegos de azar en la misma categoría que la del consumo de drogas y de bebidas alcohólicas. Jugar apostando dinero está prohibido en las leyes coránicas. Marruecos se lo pasa por el forro. La paradoja es que los juegos de azar, aunque sean una actividad ilícita para el Islam, están controlados en su totalidad por el estado marroquí a través de tres sociedades que en 2011, según los últimos datos públicos, tuvieron un volumen de negocios de 6.500 millones de Dírhams (alrededor de 600 millones de Euros) en apuestas deportivas, hípicas y de lotería y a las que juegan más de tres millones de marroquíes. El Gobierno actual de mayoría islamista se esfuerza por mostrar un perfil de tolerancia, alejado de su discurso electoral inicial. Y todo al final, termina teniendo relación con inflar a cualquier precio las arcas del estado.
Debo señalar que tanto las autoridades religiosas católicas como las judías, en un contexto más general, desaprobaban las prácticas de todo tipo de apuestas y juegos de azar por considerarlas profanas y con consecuencias socialmente conflictivas, y es por ello que basándose en razones religiosas y sociales las remiten únicamente a que se reglamenten y se controlen. El mismo rollo y la misma paradoja. Solo cabe ver y callar.
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