sábado, 20 de octubre de 2018

Locos de atar


Hace tiempo que, en Tánger, no se habla de la enfermedad de la locura que azota terriblemente la ciudad. Un asunto triste, horrible y delicado en un país donde gran parte de su población no la considera del todo una enfermedad sino una especie de desgracia, un castigo de dios, o incluso una intromisión de un demonio y a veces hasta considerada un misterio. Siempre me he preguntado: ¿qué sería de esos enfermos mentales antes de toparse con este obstáculo? No quieren que nadie les toque ni siquiera que nadie sienta lo que ellos padecen. Pero están ahí, siguen aquí, se multiplican en un lugar inadecuado, caótico, impreciso y sin sentido. La razón inexpresable, desgraciadamente, es el motivo por el que son tachados y etiquetados como “locos”.

Malvada y peligrosa la situación, ya extendida y desproporcionada. Resulta difícil salir a pasear tranquilo. Hoy me bajo para reflexionar sobre eso. La gente les llama  locos de forma vacilante e inapropiado. Idiotas no son. Seguro que los golpes recibidos son muy significativos. Podrían ser por amor o pérdida de un ser querido, por delirios y alucinaciones o abuso de drogas, pegamento y alcohol o incluso por pérdida de empleo... La suerte que les ha tocado puede ser loca como la del reloj que marca mal la hora, y sin más decimos que se ha vuelto loco, qué tontería, a que sí... La locura es la ausencia de orientación razonable. Nuestra razón sueña, crea monstruos y demonios, fruto del mal y del bien.

Parece ser que esta extensión de la locura está ligada a este cambio vertiginoso y monstruoso que vive actualmente Tánger. Ante una expansión demográfica no controlada, la ciudad se ha convertido en un santuario y un peregrinaje constante de miles de enfermos mentales, toxicómanos y alcohólicos salidos de todas partes. Por las calles deambulan sucios, descalzos, con la mirada perdida, los rostros desfigurados, de mal humor e imprevisibles en sus conductas. Entre ellos abundan menores y unas cuantas mujeres, la mayoría con trastornos muy agudos.

Las alternativas son escasas en Tánger, la ciudad que ya sobrepasa los dos millones de habitantes. Sólo cuenta con un hospital psiquiátrico público con escasa capacidad y limitados medios. Se rechazan a multitud de pacientes cada día porque no hay espacio ni suficientes camas. Las terapias y tratamientos personalizados están ausentes, sólo se administran calmantes. Muchas familias sin recursos, que por no poder cuidar de sus enfermos, se deshacen de ellos abandonándolos en las calles.

No sé a qué se debe este abandono de nuestros hijos y familiares. Tenemos delante un problema, solo nuestro, escandaloso y escabroso y que cada día va en aumento el número de dementes dejados de la mano de Dios .

1 comentario:

Le agradecemos de antemano su aportación.

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